y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Que procede del Padre y del Hijo

Alejandra María Sosa Elízaga*

Año de la fe
Conoce, celebra, fortalece, comunica tu fe
Serie sobre el Credo:
Ficha 46

Es como una cuerda con tres nudos; como un trébol de tres hojas; como la forma geométrica de un triángulo.

Con estas y otras comparaciones, los teólogos de todos los tiempos han intentado ayudarnos a comprender cómo es la Santísima Trinidad, un solo Dios en tres Divinas Personas.

Pero no han tenido gran éxito, se han quedado siempre cortos, arañando apenas la superficie, vislumbrando desde fuera una realidad que no logran penetrar.

Cabe recordar aquí esa anécdota sobre san Agustín que cuenta que un día caminaba por la playa meditando acerca de la Santísima Trinidad, tratando de comprenderla, cuando se topó con un niño que había hecho un hoyito en la arena y con una conchita echaba allí agua de mar.

San Agustín le preguntó qué hacía y el niño le dijo que metía el mar en ese agujero.

El santo se rió y le dijo al chamaquito que la inmensidad del mar no podía caber en algo tan pequeñito.

Entonces el niño le replicó que tampoco podía pretender que el misterio de la Santísima Trinidad cupiera en la mente limitada de un hombre.

¡Zas! San Agustín comprendió que Dios había puesto a ese niño en su camino para darle una lección de humildad y hacerle ver que para un ser humano es imposible entender cabalmente ese misterio (que se llama ‘misterio’ no en el sentido que se usa en las novelas de suspenso; sino en un sentido religioso, que se refiere a una realidad divina que nos ha sido revelada, y que está más allá de lo que la mente limitada del ser humano puede captar o comprender).

Ahora bien, el que no podamos captar plenamente dicho misterio no impide que intentemos comprenderlo hasta donde nos sea posible, y para ello puede ayudarnos una explicación muy clara y sencilla que ofrece el teólogo Peter Kreeft en su libro ‘Fundamentos de la fe’.

Dice que todos estamos de acuerdo en que Dios es amor, tal como lo afirma la Biblia (ver 1Jn 4, 7-12).

Y si es verdad, como lo es, que Dios es amor, entendido como el amor que es donación total de sí mismo, entonces Dios tiene que ser, necesariamente, Trinidad.

¿Por qué?

Porque si Dios fuera una sola Persona, sólo podría amarse a Sí mismo, Su amor sería egoísta.

Si Dios fuera sólo dos Personas, Su amor se limitaría a ser mutuo.

Pero como Dios es tres Personas, entonces el Padre ama al Hijo, el Hijo ama al Padre, y el Espíritu Santo es el amor que procede de ambos, desde toda la eternidad y para toda la eternidad.

Podemos afirmar que Dios es amor porque Dios es Trinidad, es comunidad de amor, amor dinámico, amor que se proyecta, que se comunica desde siempre y para siempre.

Dice Jesús: “Como el Padre me ama, así los amo Yo, permanezcan en Mi amor” (Jn 15, 9-11), y dice san Juan: “En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado de Su Espíritu” (1Jn 4, 12).

Cuando en el Credo afirmamos que el Espíritu Santo “procede del Padre y del Hijo”, reconocemos Su divinidad, reconocemos que es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, y reconocemos que nos comunica el amor del Padre y del Hijo.

Esta frase del Credo nos ayuda a tener presente que para nosotros, creados a imagen y semejanza de un Dios que es Trinitario, lo fundamental en nuestra vida es asemejarnos a Él en el amor, entrar en Su dinámica amorosa, relacionarnos con los demás amorosamente, recibir el amor de Dios y compartirlo, comunicarlo.

Para profundizar en este tema, lee el Catecismo de la Iglesia Católica, # 243. 246. 253-255. 260.

(Continuará... ‘El Credo desglosado en el Año de la fe’)

La próxima semana: 'Que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria'

¡No te lo pierdas!

Reflexiona y comparte:

¿Qué implica que el Espíritu Santo proceda del Padre y del Hijo?

 

Pregunta del Catecismo:

¿Qué nos comunica el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo?

Respuesta del Catecismo:

“... ‘Dios es Amor’ (1Jn 4,8.16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás.

Este amor ‘Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado’ (Rm 5, 5)

...La comunión con el Espíritu Santo (2 Cor 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado...

Él nos da...la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar ‘como Él nos ha amado’...” (Catecismo de la Iglesia Católica #733-735)

(Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica # 136).

Lo dijo el Papa:

“El creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo.

Por eso, san Pablo puede afirmar: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí » (Ga 2,20), y exhortar: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones » (Ef 3,17).

En la fe, el « yo » del creyente se ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace más grande en el Amor.

En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo.

El cristiano puede tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu.

Y en este Amor se recibe en cierto modo la visión propia de Jesús.

Sin esta conformación en el Amor, sin la presencia del Espíritu que lo infunde en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), es imposible confesar a Jesús como Señor (cf. 1 Cor12, 3).

(Papa Francisco, Carta Encíclica ‘Lumen Fidei’, #21

*Publicado el domingo 13 de octubre de 2013 en ‘Desde la Fe’.