y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

¿Sabes acercarte?

Alejandra María Sosa Elízaga*

¿Sabes acercarte?

¿Alguna vez has visto a Dios? Yo sí. Y no solamente una vez, tantas que es imposible llevar la cuenta. ¿Sabes cómo es? Te lo voy a decir: Es alto y chaparrito; flaco y gordo; tiene los ojos azules, grises, verdes, cafés y negros; redondos y alargados; tiene los dientes chuecos, derechitos y chimuelos; el pelo rubio, pelirrojo, café, negro, blanco y es pelón y tiene la piel lisita y arrugada, de color clarito y bien oscuro. Así es Dios. Y antes de que te empieces a preguntar si veo visiones, déjame explicarte por qué he hecho esa descripción de Dios.

En la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (Col 1, 15-20), dice San Pablo que “Cristo es la imagen de Dios invisible.”  Es que como Dios se hizo Hombre y vivió entre nosotros, contemplar a Jesús, es contemplar a Dios.

Ahora bien, la cosa no queda aquí. Los cristianos no estamos llamados solamente a alegrarnos de que Dios se hizo uno de nosotros y por ello podemos tener una idea exacta cómo era cuando estaba físicamente entre nosotros hace más de dos mil años.

Y es que Él, que sigue presente entre nosotros en la Eucaristía, también se presenta ante nosotros en la persona de nuestros semejantes. Él dijo que lo que hacemos a alguien se lo hacemos a Él (ver Mt 25,40) así que bien se puede concluir que cada vez que contemplamos a una persona estamos contemplando a Jesús que vive en ella.

El problema es que en estos casos suele darnos miopía. Nos cuesta un trabajo inmenso descubrir a Jesús en los demás, especialmente cuando se trata de personas difíciles, chocantes, que nos han hecho algo malo o que simplemente nos caen gordo o nos repelen por su aspecto, actitud, circunstancia.

Ejemplo de esto tenemos en el Evangelio que se proclama este domingo (ver Lc 10, 25-37). Alguien pregunta a Jesús quién es su prójimo. Quizá espera que Él le dé una lista, ojalá que no muy larga y que por favor no incluya a la suegra ni al vecino sangrón. Pero Jesús no hace eso, sino que le cuenta la historia de un samaritano que cuando encontró en su camino a alguien que necesitaba ayuda, se acercó a dársela. Es interesante notar cómo Jesús, el Dios que se hizo cercano, le da tanta importancia al hecho de que el samaritano también se hiciera cercano, a diferencia de dos hombres que pasaron por ahí y dieron un rodeo.

Es que para poder amar, para poder tender la mano, hay que acercarse. De lejos el otro es un bulto en el camino al que es fácil esquivar, sacarle la vuelta. 

Vivimos en un mundo que nos invita a la lejanía, que nos hace desconfiar unos de otros y nos envuelve en un torbellino de actividad que no nos da tiempo para detenernos, mucho menos para acercarnos a los demás. Preguntamos: '¿cómo estás?' sólo por cortesía, y si nos dicen: 'mal', decimos: 'bueno, que te mejores, adiós' y salimos corriendo, no sea que la otra persona nos haga detenernos a escucharla y tengamos que prestarle atención y ayuda.

Nos hemos acostumbrado a mantenernos lejos de las tragedias y dificultades; las vemos en el noticiero de la televisión y pensamos: 'pobres, qué fea estuvo la inundación o el incendio o el terremoto', y en seguida cambiamos de canal para no ver los rostros devastados de esas personas que perdieron casas, seres queridos y esperanzas.

No nos permitimos acercarnos. Nos protegemos tras el anonimato y la distancia.

Una persona que pasó una temporada con los otomíes en la sierra de Veracruz decía que es muy distinto hablar despreocupadamente de 'la alta tasa de mortalidad entre indígenas' a convivir con una familia indígena, encariñarse con su hijita y verla morir de sarampión en brazos de su padre. La cercanía no permite indiferencia. De cerca el bulto del camino se convierte en hermano. Adquiere rostro, mirada, nombre, y no te deja ya desentenderte.

Solemos hablar del 'prójimo' como si se tratara de otro, pero Jesús nos hace ver que somos nosotros los que estamos llamados a ser 'prójimos', es decir 'próximos', personas que se aproximan, que se acercan a los otros y se atreven a mirarlos a los ojos, escucharlos, prestarles verdadera atención. Jesús se hizo cercano, ahora nos toca a nosotros acercarnos a Él, impedir que las circunstancias a veces muy difíciles en que se hace presente nos nublen la mirada y nos impidan descubrirlo en los hermanos. 

Un par de amigos iban por una carretera. De pronto vieron parado a la orilla del camino a un hombre desarrapado que sostenía un letrero: 'trabajo por comida'.  El que iba manejando le dijo al otro: 'yo cuando veo a alguien así no corro riesgos'.  El otro asintió pensando para sus adentros: 'sí, claro, puede ser un ladrón, un asaltante, un asesino...'. En eso el que iba manejando dio vuelta en u, detuvo el coche junto al hombre, se bajó, abrió la cajuela y le dio la mitad de la despensa que había comprado. Luego se subió de nuevo, arrancó el coche y volviéndose hacia su amigo completó la frase: 'yo con alguien así no corro riesgos. Estoy seguro de que es Jesús'.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la fe”, Col. ‘Fe y Vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 163, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 13 de julio de 2025 en la pag web y de facebook de Ediciones 72