Como los setenta y dos
Alejandra María Sosa Elízaga*

Es seguro que sus nombres fueron escritos, nos lo dice el Evangelio, pero no los encontramos en la Biblia y casi podemos apostar que nunca un arqueólogo desenterrará un pergamino en el que vengan anotados, ¿por qué? porque es verdad que fueron escritos pero no acá abajo sino allá arriba...¿Cómo lo sabemos? Porque Jesús les dijo que sus nombres estaban escritos en el Cielo.
¿De quiénes estamos hablando? Lo averiguamos en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 10, 1-12.17-20).
Cuenta San Lucas que "Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir".
Cabe preguntar, ¿pues qué fue lo que hicieron de extraordinario que mereciera tal premio?, y sobre todo, ¿podemos hacerlo nosotros también? La respuesta a ambas interrogantes es más simple de lo que imaginamos: sencillamente atendieron y cumplieron todas las advertencias y recomendaciones que les hizo el Señor, y sí, está a nuestro alcance seguir su ejemplo, en cuando menos estos cuatro aspectos:
1. Refiriéndose al Reino, que era mucha la cosecha y pocos los trabajadores, Jesús les pidió dos cosas: que oraran al Padre para que enviara más trabajadores y que se pusieran en camino; como quien dice: 'a Dios rogando y con el mazo dando'. Se deduce que siempre hay que unir oración y acción, pues la oración sola puede quedar en evasión (pretexto para poner los ojos en blanco y no hacer nada por otros) y la acción sola genera dispersión (activismo sin sentido que agota y no conduce a nada).
La oración es indispensable, pero debe aterrizar en obras. Aun las religiosas contemplativas de clausura, que todo el día oran (y con sus oraciones oxigenan la Iglesia), deben mostrar su fe en acciones caritativas hacia otras hermanas. Pero hay que notar que esos setenta y dos no le dijeron al Señor: 'oramos y con eso basta', sino aceptaron ponerse en marcha. Nosotros estamos llamados también a ser personas de oración y de acción, que, como proponía San Francisco de Sales, con una mano nos mantengamos firmemente asidos del Señor y con la otra atendamos los asuntos del mundo.
2. Jesús les advirtió que los enviaba "como ovejas entre lobos", y ninguno recordó repentinamente que tenía algo urgente que hacer y salió despavorido. Comprendieron que como enviados de Aquel cuyo Reino busca instaurar el amor, la paz, la justicia, la verdad, el perdón, en un mundo que se opone a ello, iban a encontrar dificultades, pero no se desanimaron. Que a nosotros tampoco nos desanime el temor a ser criticados; no debe acalambrarnos el 'qué dirán'. A veces el que nos señaló por 'mochos' y se burló de nosotros será el que, movido por nuestro testimonio, se acerque luego a descubrirnos su alma y a pedir un consejo espiritual...
3. Jesús les pidió que no llevaran dinero ni morral, es decir, que no pusieran su seguridad en tener un 'guardadito por si acaso', sino se atrevieran a depender enteramente de Su Divina Providencia, manifestada a través de la buena voluntad de la gente que quisiera socorrerlos. Lo hicieron y volvieron felices, ¡no les faltó nada! Su testimonio nos invita a fiarnos de Aquel que jamás nos abandona.
4. Jesús los envió como emisarios de paz y aunque consideró la posibilidad de que hubiera gente que no la aceptara, no les aconsejó limitarse a hacer el bien a los que se lo merecieran, sino a todos, y les dijo que si no los recibían en una ciudad, salieran de ella, pero igual le anunciaran que había llegado el Reino de Dios. De ellos aprendemos a aprovechar toda ocasión para dar testimonio, y a no dar por perdido a nadie.
Como se ve, lo que Jesús pidió a los setenta y dos es lo mismo que nos pide a nosotros y consiste, en resumidas cuentas en hacer lo que cada uno pueda para anunciar el Reino de Dios. Se trata de no conformarse con ser creyentes pasivos que aparte de ir a Misa el domingo no hacen nada más, sino poner nuestras capacidades al servicio de Dios, ir de Su parte, ¿a dónde?, a donde nos mande. Sea que nos pida que demos testimonio en nuestra familia o comunidad, con fe, humildad, paciencia y bondad; sea que además nos lance a ejercer algún ministerio. Estamos llamados, como los setenta y dos, a dejarnos enviar como camineros, a abrir senderos en todos los corazones, para que puedan albergar a Aquel que los ama y los quiere visitar.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La mirada de Dios”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 103, disponible en Amazon).