Sed de verdad
Alejandra María Sosa Elízaga*

¿Qué prefieres, la verdad o la mentira?
Ante esta disyuntiva uno supondría que todo el mundo elegiría la verdad, pero no es así.
La mayoría de la gente respondería: 'depende', y a continuación se justificaría diciendo que hay casos en los que la mentira es necesaria.
Vivimos en un mundo en el que se nos ha enseñado que se vale mentir. Ya forman parte del lenguaje cotidiano los adjetivos que usamos para definir las mentiras que consideramos aceptables: 'mentiras piadosas', 'mentiras blancas', 'mentiritas'.
El otro día leía que un famoso director y actor de cine declaraba que la vida sería insoportable sin mentiras. Y por lo visto mucha gente comparte su modo de pensar.
Podemos comprobarlo todos los días, en las cosas pequeñas y en las grandes. Se miente para no tener que contestar una llamada (dile que no estoy); para no tener que dar limosna a un indigente (no traigo dinero); para no tener que aceptar una invitación (tengo un compromiso); se miente para conseguir un puesto falseando el currículum; se miente para obtener una candidatura y luego el triunfo electoral lanzando a diestra y siniestra promesas que ni de broma se piensan cumplir; se miente para conseguir cónyuge, fingiendo cualidades que realmente no se tienen; se miente a los hijos para obtener su obediencia o admiración; se miente a los enfermos terminales (no te inquietes, te vas a curar) , en fin, la lista podría seguir y seguir, basten estos ejemplos para constatar que decir mentiras es una costumbre muy extendida, y si nos preguntamos a qué se debe esto, quizá descubramos que una de las razones es que mucha gente no quiere escuchar la verdad.
Recuerdo que un ministro protestante platicaba que cuando comenzó a darse cuenta de que muchas de las doctrinas que enseñaba no tenían sustento bíblico, y empezó a leer lo que enseñaban los primeros cristianos y los llamados 'Padres de la Iglesia' (hombres sabios y santos de los primeros siglos del cristianismo) y se dio cuenta de que todos eran católicos y que si quería ser fiel a la verdad tendría que volverse católico, su primera reacción fue de pánico porque le encantaba su vida tal como estaba: toda su familia pertenecía a su denominación religiosa y amaba ser el líder de su congregación. Así que postergó por mucho tiempo asumir la verdad, pospuso ingresar a la que ya sabía era la única Iglesia fundada por Cristo.
Vienen a la mente muchos otros casos de personas que han entrado a alguna secta porque ahí han encontrado empleo o amistades, y por más que sus familiares les tratan de hacer ver que están en un error, no quieren escuchar, pues salirse de ahí implicaría perder algo que por lo visto valoran más que la verdad.
No alcanzaría el espacio para citar ejemplos de personas que han elegido voluntaria y conscientemente vivir en la mentira.
Si existiera ese 'suero de la verdad' que en las películas de detectives les inyectan a los delincuentes para que confiesen sus delitos, y se vendiera en las farmacias y la gente pudiera tomarlo o dárselo a tomar a alguien para que al menos mientras le durara el efecto no pudiera mentir, probablemente se quedaría en los estantes porque pocos querrían arriesgarse a beberlo (desde luego no los políticos, los cónyuges infieles y demás mentirosos habituales), y muchos no querrían dárselo a beber a otros y recibir la tremenda impresión de averiguar lo que realmente piensan.
Es triste que prefiramos las tinieblas a la luz. Especialmente cuando leemos en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 16, 12-15) que Jesús promete, como algo muy bueno, que el Espíritu Santo nos "irá guiando hasta la verdad plena" (Jn 16, 13).
Hoy en día quizá mucha gente al oír esto no quiera ser guiada a la verdad sino ¡salir corriendo en sentido contrario!
Cuando se está tan habituado a la oscuridad, la luz puede incomodar. Pero así como cuando luego de un apagón regresa de pronto la luz se la recibe con gusto, y aunque en un primer momento lastima la vista, no por eso se la vuelve a apagar, sino más bien se hace un esfuerzo por habituarse a ella porque se la considera indispensable, así también hemos de pedir ayuda al Espíritu Santo y hacer un esfuerzo consciente por tener sed de la verdad, buscarla y al hallarla, seguirla, porque es lo único que nos hace libres, ilumina nuestra fe y nuestra razón, y nos encamina hacia la salvación.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La mirada de Dios”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 88, disponible en Amazon)