y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Envío

Alejandra María Sosa Elízaga*

Envío

Entraban, salían, haciendo tremendo bullicio, ocupando la banqueta con torres de bolsas, cajas, maletas y sacos de dormir, subiendo y bajando, llevando cosas a un camión estacionado. Eran jóvenes de preparatoria que se iban de misiones en Semana Santa y se estaban despidiendo de sus papás, que aprovechaban hasta el último momentito para llenarlos de recomendaciones.

Conforme fueron abordando el autobús, me conmovió darme cuenta de que aunque las maletas de todos variaban en tamaño, peso y, seguramente, contenido (había quien llevaba un maletón sin duda atiborrado con esas cosas que se empacan 'por si acaso' y que regresan tal como se fueron porque nunca hicieron falta, y había quien en un arrebato práctico llevaba tal mini maletín que resultaba un misterio si le cupo algo más que medio pijama y un cepillo de dientes), había, sin embargo, un elemento que todos se llevaron consigo: la bendición de sus papás.

Tuve oportunidad de comentar esto último con una pareja, y el esposo me dijo que él alguna vez también fue joven misionero y recuerda cómo valoró el apoyo de sus papás: que su mamá le escondía notitas en su maleta que él iba encontrando y leyendo y lo hacían sentir apapachado, y que su papá le prestaba sus botas, su linterna, cosas suyas que consideraba que podía necesitar, y desde luego que iban juntos a despedirlo y le daban su bendición, todo lo cual le hacía sentir que se iba protegido, acompañado, sostenido por su cariño y oración. Y por eso ahora hacía lo mismo con sus hijos, para que se sintieran tan bien como él se sintió.

Recordaba esto al leer en el Evangelio que se proclama este Domingo de Pentecostés en Misa (ver Jn 20,19-23), que Jesús les dice a Sus discípulos: "Como el Padre me envió, así los envío Yo" (Jn 20,21).

Me llamó la atención la primera parte de la frase: "como el Padre me envió" Y pensaba que si los papás de aquellos jóvenes se desvivían por enviarlos colmados de su amor y bendiciones, cuánto más el Padre habrá hecho todo por Jesús que se dejó enviar por Él para venir a salvarnos. Lo notamos en mil detalles, por ejemplo, cuando Jesús inició Su ministerio público y fue bautizado en el Jordán, Su Padre hizo oír Su voz para afirmar que Jesús es Su Hijo amado en el cual se complace. Y unas horas antes de que Jesús entregara Su vida, cuando oraba en el Huerto lleno de angustia mortal, le envió desde el cielo un ángel a consolarlo. Dos ejemplos que muestran elocuentemente que el Padre no envió a Jesús al mundo y se desentendió de Él, sino que se mantuvo, de principio a fin, proporcionándole lo que Jesús requería por haber asumido nuestra naturaleza humana: sentirse amado, saber que Su Padre estaba orgulloso de Él, percibir Su cercanía, experimentar Su consuelo. Por eso cuando Jesús anunció que todos lo abandonarían pudo añadir: "Pero no estoy solo porque el Padre está siempre conmigo" (Jn  16,32). Y aun en la cruz, cuando por asumir nuestro pecado se sintió como alejado del Padre, al final lo sintió tan presente que murió encomendándole Su espíritu.

Considerar el amor y la cercanía que mantuvo el Padre con Jesús cuando lo envió, adquiere otra dimensión cuando escuchamos a Jesús decir que nos envía como Su Padre lo envió. Ello significa que nos comparte lo que a Él lo sostuvo como enviado del Padre: Su Espíritu Santo, que le comunicó Su amor, que lo fortaleció para cumplir Su voluntad, que lo llenó de gozo y serenidad. Jesús siempre fue impulsado, sostenido e iluminado por el Espíritu Santo (ver Lc 4,1.16-21; 10.21). Así que ahora que envía a Sus discípulos a una delicada misión les comunica lo que Él recibió, lo mejor, lo verdaderamente indispensable para que puedan cumplir la tarea que les encomienda. Dice el Evangelio que Jesús "sopló sobre ellos y les dijo: 'Reciban el Espíritu Santo'"(Jn 20,22). Es interesante hacer notar que no sólo sopló sobre ellos, sino les pidió que lo recibieran, es decir, que tuvieran disponibilidad para acogerlo.

Y lo que les dijo a ellos aplica también para nosotros, que recibimos en el Bautismo y la Confirmación al Espíritu Santo. Y es que semejante Huésped amerita no conformarse con dejar pasivamente la puerta abierta para ver si entra, sino salir a abrirle e invitarle a entrar personalmente, porque viene a nosotros para colmarnos de todo lo que necesitemos para sobrevivir no sólo las dificultades que de por sí enfrentamos en este mundo, sino las que nos llegan por vivir con el compromiso de sabernos enviados muy amados del Padre y de Jesús. Contando con el Espíritu Santo nunca nos pasará como a esos muchachos que llevaban a la misión demasiado equipaje o demasiado poco: Él nos dará lo que necesitemos. Con Él a nuestro lado nada nos faltará.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La Mirada de Dios”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 85, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 8 de junio de 2025, Pentecostés, en la pag web y de facebook de Ediciones 72