y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

La paz que Jesús no da

Alejandra María Sosa Elízaga*

La paz que Jesús no da

La paz les dejo, Mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo.”

Son palabras de Jesús en el Evangelio que se proclama este Sexto Domingo de Pascua en Misa (ver Jn 14, 23-29).

Y vale la pena que nos preguntemos, ¿a qué se refiere Jesús cuando afirma que la paz que Él nos da no es como la que da el mundo? ¿Cómo es la paz que da el mundo?

Desgraciadamente hay muchos ejemplos.

La paz como la da el mundo, es la paz aparente de dos que callan sus insultos pero cuyas miradas resentidas evitan encontrarse aunque compartan la casa, el aula, la oficina, la iglesia, el vecindario.

Es la paz de esos esposos que no se gritan, pero tampoco se hablan porque creen que ya no tienen nada que decirse.

Es la paz de una charla familiar en la que nadie toca temas que incomodan como qué van a hacer para ayudar al hijo alejado, a la hija madre soltera, al cuñado sin empleo, a la abuela enferma.

Es la paz de un asilo donde nunca resuenan los pasos de esos parientes que hace años se desentendieron del familiar que un día vinieron a abandonar.

Es la paz de quien se asegura que nadie le pueda hablar porque vive con los audífonos puestos, encerrado en su propia soledad.

Es la paz de una persona tirada en la banqueta, con la mirada perdida por la droga, el alcohol o la desesperanza, a la que nadie se quiere acercar para intentar ayudar.

Es la paz del interior de un automóvil que tiene las ventanillas convenientemente cerradas para no escuchar a ese viejito que está afuera pidiendo una limosna.

Es la paz que se oye cuando termina el estallido, se asienta el polvo y sólo queda el humo luego de que una bomba 'inteligente' arrasó con una población y toda su gente.

Es la paz de montones de cadáveres apilados en una calle de Gaza, en un transporte de migrantes, en una fosa clandestina en cualquier lugar del mundo.

Es la paz de dos adversarios que no han comenzado a pelearse porque aguardan a incrementar su capacidad de destruirse.

Es la paz de una calle solitaria en donde acecha en silencio un violador, un asaltante, un asesino.

Es la paz de quien puede contar con una alambrada de púas, una alarma, un perro eficazmente entrenado para atacar.

Es la paz del que se siente tranquilo porque tiene un arma en el bolsillo.

Es la paz del que se va sin hacer ruido, después de haber aniquilado a su adversario.

Es la paz de un consultorio vacío en el que otro ‘procedimiento’ ha terminado, ya todos salieron, y en la basura se quedó el bebé abortado.

Es la paz de niños de cuerpos esqueléticos y ojos grandes, que ya no tienen fuerzas ni para llorar porque se están muriendo de hambre.

Es la paz alrededor de una cruz y un montoncito de tierra para señalar dónde se enterró a un indígena que falleció de un mal que se podía curar.

Es la paz del que se siente bueno porque entrega en limosnas sólo lo que le sobra.

Es la paz de quien tiende la mano, pero no el corazón.

Es una paz sin fe, que no construye el amor, que no alimenta la esperanza, que no siembra en el alma una luz.

Es la paz como la da el mundo. No es la paz que vino a darnos Jesús.

 

(Adaptado de art. en el libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la Fe”, Col. ‘Fe y Vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 137, disponible en Amazon)

Publicado el domingo 25 de mayo de 2025 en la pag web y de facebook de Ediciones 72