y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Para no hundirse

Alejandra María Sosa Elízaga*

Para no hundirse

Contaba una señora que a su marido le diagnosticaron cáncer, y lo primero que hizo al recibir el diagnóstico fue irse a un centro comercial (el marido, no la señora).

¿A qué fue? Dijo que a caminar para darse tiempo de digerir la noticia, de asimilar la impresión.

Y decía ella que cuando supo que él fue allí le pareció muy bien porque era preferible eso a que hubiera ido a emborracharse a un bar.

Bueno, planteado así parece en efecto la mejor opción, pero, ¿a quién se le ocurre irse a meditar acerca de la posibilidad de morirse antes de lo que pensaba, a un sitio tan lleno de luces, mercancías, música y desconocidos? ¿A qué conclusiones podía llegar allí?, ‘¡uy, todo lo que tengo que comprar antes de que sea tarde!’ o ‘¿ay, todo lo que ya no alcanzaré a comprar!’...?

Me pareció muy triste que en un momento tan trascendental de su vida no se le hubiera ocurrido ir a una iglesia, a ponerse delante de Aquél con el que tal vez pronto tendría que encontrarse cara a cara. Acudir a llorarle o a preguntarle o a suplicarle o a lo que fuera, pero haber ido a verlo, a encomendarle su salud, su vida, a sus seres queridos, en suma, haber ido a ponerse en Sus manos.

Recordaba esto al leer el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 14, 22-33). En él se narra que luego de la multiplicación de los panes y los peces Jesús despidió a la gente y obligó a Sus discípulos a subir a la barca para ir a la otra orilla. Probablemente no se querían ir porque la estaban pasando muy bien, tal vez la gente estaba entusiasmada, incluso eufórica, felicitándolos por tener semejante Maestro, y quizá ellos ya se estaban creyendo la gran cosa, después de todo, habían proporcionado los cinco panes y los dos peces. Pero tuvieron que subir a la barca, y entonces, cuando ya estaban a medio lago las olas comenzaron a sacudirla porque el viento era contrario.

Tal como le pasó a ese señor, cuando más contento estaba y menos lo esperaba, zas, llegó la mala noticia, la crisis, el problemón. Pero Jesús, que se había quedado en tierra, no los abandonó; desde el monte al que subió a disfrutar de un momento de silencioso diálogo con Su Padre, los contemplaba, intercedía por ellos y decidió ir a su encuentro caminando sobre el agua.

Dice el Evangelio que cuando ellos lo vieron venir creyeron que era un fantasma y dieron gritos de terror, pero el Señor los calmó enseguida diciéndoles: “Tranquilícense y no teman. Soy Yo

Lo mismo que dice a todo el que sabe escucharlo, lo mismo que le hubiera dicho a aquel señor si éste en lugar de haberse ido a un centro comercial hubiera ido a una capilla. ‘Tranquilízate, soy Yo, estoy aquí, no tienes nada que temer. Estoy a tu lado, soy Yo, el que todo lo puede, el que te fortalece, el que está a cargo de tu vida’.

Pedro le pidió a Jesús: “Si eres Tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”, a lo cual respondió Jesús: “Ven”.

¡Ah, cómo nos identificamos con Pedro, buscando pruebas, señales de que de veras el Señor está presente cuando nos zarandean las olas! Y lo que le contestó Jesús nos lo dice hoy a nosotros: ‘Ven. Ven a verme un momento en el Sagrario; ven a recibirme en la Eucaristía; ven a dedicar unos minutos a leer y reflexionar Mi Palabra; ven y comprueba que soy Yo, ven y siénteme a tu lado y tranquilízate’.

Pedro se bajó de la barca, tal vez creyendo que el mar se calmaría y el viento cesaría, pero no fue así y le entró miedo y comenzó a hundirse. Y qué bueno, digo no me alegro de que se hundiera, sino de que gracias a su miedo hizo una oración fabulosa, por breve y sustanciosa. Gritó: “Señor, ¡sálvame!”, y al instante Jesús le tendió la mano y lo sostuvo.

¡Cuánto aprendemos no de los ejemplos de valentía, sino de los ejemplos de cobardía de los apóstoles!, ¡qué bueno que los evangelistas los registraron! Nos han dejado una muestra de lo que podemos decir cuando sentimos que nos hundimos en las dificultades: ¡Señor (es decir, Dueño mío, Creador mío, Aquél al que reconozco todo poder en el Cielo y en la tierra), ¡Sálvame!, ¡no dejes que me hunda!, ¡sálvame de hundirme en la falta de fe, en la angustia, en la desesperanza!

Y cabe hacer notar dos cosas: La primera, que Jesús le respondió a Pedro al instante. El Señor siempre atiende nuestra oración. Y la segunda, que no lo sacó del agua ni lo libró del viento, lo libró de hundirse.

De ello aprendemos algo fundamental: El Señor suele actuar así en nuestra vida, no siempre hace que desaparezca aquello que nos resulta preocupante, pero siempre nos sostiene y nos da Su fuerza, Su gracia, Su paz para salir adelante.

Si sientes que te estás hundiendo, no temas nada. Tu Salvador camina sobre el agua.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La fiesta de Dios”, Col. ‘Lámpara para tus pasos’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 111, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 13 de agosto de 2023 en la pag web y de facebook de Ediciones 72