y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

¿Pueden ayudarnos los mártires?

Alejandra María Sosa Elízaga*

¿Pueden ayudarnos los mártires?

Vivieron hace dos milenios. Los nombres e historias personales de la mayoría de ellos se han perdido. Sólo Dios los conoce. Pero su heroico testimonio no ha quedado en el olvido. La Iglesia nos invita a recordarlos este 30 de junio, para que aprovechemos su valiosísimo ejemplo e intercesión. Son “los primeros santos mártires de la Iglesia Romana”.

¿Qué podemos nosotros, cristianos del siglo XXI, aprender de estos hombres y mujeres y qué podemos pedirles? ¿En qué pueden ayudarnos? Consideremos lo siguiente:

Una vez que alguien les dio presentó a Jesús, Él se volvió el centro de su vida, su razón de ser. Pusieron todo su empeño en conocerlo, a través de las predicaciones y de los escritos de los Apóstoles, textos que compartían y atesoraban.

Nosotros en cambio, tenemos a nuestro alcance la Biblia, y no sólo escrita sino en los más diversos medios, pero tal vez nos da flojera leerla o creemos que ya la conocemos.

Pidámosles a los mártires que rueguen por nosotros, para que sepamos aprovechar lo que ellos no tuvieron, y tengamos el propósito y la prioridad de abrir nuestro corazón para conocer y amar cada día más la Palabra de Dios.

En su tiempo faltaban siglos para que se publicaran documentos vaticanos, el magnífico Catecismo de la Iglesia Católica y todo lo que está a nuestro alcance para profundizar en nuestra fe, y sin embargo, hacían cuanto les era posible por formarse, acudían a la enseñanza, leían los textos y cartas de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia, tenían hambre de aprender. Nosotros en cambio nos conformamos con lo poco que aprendimos en el catecismo. Pidámosles a los mártires que rueguen por nosotros, para que no nos quedemos con un conocimiento superficial de nuestra fe, sino que, como ellos, nos empeñemos en conocerla y seamos capaces de explicarla y defenderla.

Daban culto a Dios a escondidas, en oscuros túneles y laberintos, de paredes de piedra y tierra, alumbrados apenas por la luz mortecina de una llama. Pero iban, buscando encontrarse personalmente con Jesús. Lo sabían realmente presente en la Eucaristía, en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, y ansiaban recibirlo. Sabían que si los descubrían los matarían, pero con tal de comulgar estaban dispuestos arriesgar e incluso a dar la vida.

Hoy hay iglesias y están abiertas, pero tristemente, muchos católicos prefieren quedarse en casa. Van al súper, al tianguis, al restaurante, pero no a Misa. Pidámosles a los mártires que rueguen por nosotros para que sepamos dar a las cosas su justa dimensión, y, con las debidas medidas, pero sin temor, acudamos deseosos al encuentro del Señor.

Fueron despreciados, criticados, víctimas de burlas, discriminación, persecución y malos tratos. Se les privaba de sus derechos; se les despojaba de sus bienes; se les culpaba de todos los males. Fueron sujetos de campañas de odio y sometidos a terribles torturas: quemados vivos (usados como antorchas humanas para iluminar las calles), llevados a ser devorados por leones, cornados por toros, usados como blanco de flechas y pedradas. Sus perseguidores los llevaban al circo para que sus atroces sufrimientos sirvieran de diversión y los obligaran a negar su fe en Cristo, pero ellos resistieron, con la gracia de Dios, y prefirieron morir que negar a su Señor.

Nosotros en cambio, tenemos miedo de ser criticados, ‘buleados’, que nos vean ‘feo’ y nos tachen de ‘mochos’. Preferimos callar que evangelizar, y en un patético intento de ser aceptado nos declaramos ‘espirituales pero no religiosos’, ‘cristianos pero no fanáticos’. ¡Qué falta nos hace aprender de estos hombres y mujeres que no se anduvieron con medias tintas, que lo dieron todo, sin límites ni condiciones, por Jesús!

Necesitamos pedirles a estos hombres y mujeres que no dudaron en dar su vida por Cristo, que rueguen por nosotros, para que no seamos tibios ni miedosos; conozcamos nuestra fe, la asumamos y la vivamos con coherencia, amemos al Señor con todo el corazón, y tengamos muy claro que lo más grave no es perder la vida, sino la salvación.

Publicado el domingo 27 de junio de 2021 en la revista digital 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, y en la pag web y de facebook de Ediciones 72