y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Feraces, no feroces

Alejandra María Sosa Elízaga*

Feraces, no feroces

Si vieras una foto que muestra a un lobo que vive con un cordero, a una pantera descansando junto a un cabrito, a una vaca y a una osa cuyas crías juegan juntas y a un león (¿vegetariano?) comiendo paja con un buey, probablemente considerarías que o la foto está truqueada con ‘inteligencia artificial’, o todos estos animales pertenecen a un domador de circo que los tiene sorprendentemente bien amaestrados o que son de algún parque zoológico cuyo encargado, al llevarles comida a algunas de estas fieras, no sólo les abrió la reja, sino el apetito, y terminó en calidad de ‘plato fuerte’, luego del cual quedaron tan llenas que no les quedó hueco ni para un bocadito de cordero, cabrito, vaca o buey.

Quizá eso pensarías hoy.

Pero si pudieras remontarte a los tiempos del profeta Isaías, descubrirías que esta misma escena tiene una interpretación muy diferente.

La Iglesia nos la presenta en la Primera Lectura en la Misa de este Segundo Domingo de Adviento (ver Is 11, 1-10) porque es parte de una visión profética que anuncia un tiempo futuro, un tiempo que habría de llegar, y que era muy anhelado, muy deseado, porque vendría Aquél al que todos los profetas anunciaron, Aquél sobre el que se posaría el Espíritu del Señor, Aquel que vendría a hacer justicia y a establecer la verdadera paz. Y fue para ejemplificar esto último que planteó Isaías que aquel día sucedería lo inimaginable, lo aparentemente imposible: los animales más feroces podrían convivir con los más mansos sin hacerles ningún daño.

Nosotros hoy sabemos que Aquel al que esperaban, ha venido ya. Y nos disponemos a celebrarlo en Navidad. Ojalá lo hagamos haciendo realidad la visión del profeta. Parece una utopía, algo irrealizable, pero no sólo es posible sino que está al alcance de nuestra mano hacerlo realidad. ¿Cómo? Nos lo dice San Pablo en la Segunda Lectura: “Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, les conceda a ustedes vivir en perfecta armonía unos con otros, conforme al espíritu de Cristo, para que, con un solo corazón y una sola voz alaben a Dios...Por lo tanto, acójanse los unos a los otros como Cristo los acogió a ustedes...” (Rom 15, 5-6).

Reflexionar el texto de Isaías a la luz del de San Pablo nos invita a reconocer que Aquél a quien esperaban y ya ha venido, es Jesús, y vino, como estaba anunciado, a traer una paz sólida, duradera, extraordinaria. Y nos concede la gracia de experimentarla y de vivir en armonía.

Lamentablemente no hemos querido acogerla ni comunicarla.

Y no hacen falta las noticias del periódico o la televisión para descubrirlo, basta con voltear a nuestras propias familias para encontrar muchos obstáculos para que pueda establecerse dicha paz. Y paradójicamente peor aún en estos tiempos en que nos estamos preparando para Navidad. Abundan las amenazas de no presentarse a algún festejo navideño si va cierta persona; las insinuaciones -o claras exigencias- para que no se invite a alguien; las advertencias de no sentar juntas a determinadas gentes porque pueden devorarse o al menos darse dentelladas.

Parece mentira, pero muchas familias se disponen a conmemorar el Nacimiento del Príncipe de la Paz, con ¡una guerra! No puede ser. Necesitamos una buena zarandeada y para ello nada como Juan el Bautista, que, claridoso como era, nos pide, desde el Evangelio dominical (ver Mt 3, 1-12), no sólo: “conviértanse”, sino: “hagan ver con obras su conversión”, en otras palabras: examinemos nuestra manera de ser, de pensar, de actuar, y si no se amolda a la de Aquel que ha venido a ofrecernos Su paz, hagamos lo posible por cambiar y procuremos que ese cambio se note, que dé fruto. ¿En qué se nos puede notar? Por ejemplo si ejercemos en nuestra familia y comunidad el perdón, la paciencia, la misericordia, la mansedumbre, la bondad, la amabilidad.

Y es que sólo si nos esforzamos en lograr el milagro de que en nuestro mundo lobos y corderos, novillos y leones convivamos  en armonía de verdad, podremos celebrar que Jesús nació, que a nosotros llegó la Navidad.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La fiesta de Dios”, Col. ‘Lámpara para tus pasos’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 11, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 7 de diciembre de 2025 en la pag web y de facebook de Ediciones 72