Avaricia
Alejandra María Sosa Elízaga*

En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 12, 13-21), Jesús nos pide: "Eviten toda clase de avaricia".
¿Qué es la avaricia? Se la suele definir como el 'deseo desordenado de tener más de lo necesario'. ¿Qué significa esto? Examinémoslo por partes:
'Deseo desordenado'
Es decir, un afán exagerado y que no es conforme a la voluntad de Dios.
Deseo desordenado de 'tener'.
Incluye tanto el buscar tener como el querer conservar a toda costa lo que se tiene.
‘Más de lo necesario', es decir, en exceso, de sobra, mucho más de lo que realmente se requiere o se puede aprovechar.
Generalmente asociamos el término 'avaricia' con dinero; quizá pensamos en Scrooge, aquel personaje de Dickens que era tremendamente rico y tacaño, o tal vez alguien recuerde, de las tiras cómicas del siglo pasado, a un millonario, tío del pato Donald, que se llamaba Rico McPato y tenía un cuarto hasta el tope de monedas de oro en las que le gustaba sumergirse con frecuencia.
Pero no se refiere sólo a la avaricia de dinero la advertencia que leemos en el Evangelio. Es interesante hacer notar que el Señor habla de "toda clase de avaricia", como quien dice, que puede haber de muchas clases.
Eso significa que no hemos de quedarnos tranquilos pensando que no somos avaros porque carecemos del deseo desordenado de tener más y más dinero. Tal vez hemos caído en otros tipos de avaricia. Por ejemplo: avaricia de afecto: cuando buscamos afanosamente caer bien, que nos quieran más y más, y hacemos cualquier cosa para conseguirlo; avaricia de poder, cuando pasamos por encima de quien sea para ocupar un sitio destacado en la familia, en la comunidad, en la escuela o el trabajo, y nunca nos creemos suficientemente reconocidos; avaricia de bienes materiales, cuando caemos en el consumismo y somos capaces de endeudarnos con tal de seguir comprando cuanto se nos antoja. Puede haber incluso avaricia espiritual, que nos mueve a inscribirnos en cuanto curso, taller o retiro podemos, pero sólo para acumular y acumular enseñanzas que a veces ni practicamos ni compartimos.
La lista podría seguir, incluir avaricia de tecnología, de títulos, de éxitos, pero basten esos ejemplos para mostrar que hay más avaros de lo que parece. Y es que el mundo nos empuja a la avaricia. Evitarla implica esforzarnos, ir a contracorriente, y tal vez nos preguntamos: ¿vale la pena? ¿Qué riesgo hay en la avaricia y por qué el Señor nos pide que la evitemos?
Hallamos respuesta en la Primera Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver Col 3, 1-5.9-11). Dice San Pablo que la avaricia es "una forma de idolatría", es decir que los avaros son, en cierta medida, idólatras que tienen como dioses esos bienes por los cuales se afanan. Pero sólo hay un Dios y si en lugar de poner en Él nuestra confianza la ponemos en algo, defraudamos a Dios (recordemos que la avaricia aparece en la temible lista de pecados capitales) y también nos defraudamos a nosotros mismos, porque, aunque el mundo que nos empuja a la avaricia no lo crea, es verdad lo que dice Jesús en el Evangelio: "la vida del hombre no depende de la abundancia de bienes que posea".
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La mirada de Dios”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 115, disponible en Amazon).