¿Por qué no te confiesas?
Alejandra María Sosa Elízaga*

Ante esta pregunta, la gente suele responder mencionando diversas objeciones.
He aquí la lista de las 10 más comunes y cómo responderlas:
1. ‘No tengo pecados’
Todos tenemos pecados. Dice san Juan: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos...” (1Jn 1, 8-9).
Quien afirma que no tiene pecados, tal vez desconoce lo que es el pecado: es decirle ‘no’ a Dios; no a cumplir Su voluntad; no a amar como Él nos ama.
Todo pensamiento, palabra, obra u omisión que no está motivada por el amor, sino por el egoísmo, la propia conveniencia, el rencor, la envidia, la injusticia, la violencia, etc. es pecado. Y cada vez que pecamos necesitamos pedirle perdón a Dios y reconciliarnos con Él.
2. ‘No sé cómo confesarme’
Que te recomienden a un confesor paciente, haz una cita con él y pídele que te ayude a confesarte. Él te irá guiando para que hagas una buena confesión.
3. ‘Hace demasiado tiempo que no me confieso’
No importa cuánto tiempo haya pasado, Dios nunca se ha cansado de esperarte con los brazos abiertos.
4. ‘Ya acumulé demasiados pecados’
Tener muchos pecados no es razón para no confesarlos, al contrario, es razón de más para que de una buena vez te deshagas de todo ese mugrero espiritual que has estado acumulando.
5. ‘Me da pena que el padre sepa lo que hice’
Los confesores han oído ¡de todo! No se escandalizan de nada.
Y siempre tienes la posibilidad de confesarte en un confesionario, si deseas conservar tu anonimato, o bien puedes buscar a un confesor que no te conozca.
6. ‘Una vez me regañó un confesor y ya no quise volver a confesarme’
¿Nunca te ha tratado mal un mesero? Y no por eso dejaste de comer.
Dicen que quien aparta a otro de la Iglesia, comete homicidio espiritual, pero quien se deja alejar comete suicido espiritual. Te estas privando de un gran Sacramento sólo por una mala experiencia. A un mal que te hicieron, estás respondiendo con otro mal mayor, y en tu propia contra.
Es verdad que no todos los confesores tienen el don de ser pacientes, prudentes, caritativos. Pero eso no es motivo para dejar de confesarse.
Lo que hay que hacer es preguntar quién es un buen confesor, y procurar confesarse con él. En todas las parroquias hay algún padre que tiene fama de ser buen confesor.
Búscalo y confiésate con él.
7. ‘¿Por qué confesarme con alguien que tal vez es más pecador que yo?’
Porque el Sacramento es ‘a prueba de pecadores’.
No importa si el confesor es un santo o un pecador, él no te absuelve de tus pecados en su propio nombre, sino en nombre de Cristo. Es el Señor quien te otorga Su perdón.
8. ‘Probablemente voy a volver a caer en lo mismo, ¿qué caso tiene confesarme?’
En cada Confesión recibes la gracia divina para superar tus pecados, y recuperas o fortaleces tu amistad con Dios. Él no se resigna a que caigas en el pecado y ya no quieras levantarte. Te tiende Su mano una y otra vez, cuantas veces haga falta.
9. ‘Me confesé antes de mi Primera Comunión, ya con eso basta’.
A lo largo de la vida, cometemos muchos errores, fallamos, herimos a otros, sin querer o queriendo. Si eso sucede a nivel humano, ¡cuánto más con relación a Dios!
Desde que hicimos la Primera Comunión, seguramente hemos cometido muchas faltas, pequeñas y tal vez grandes, de las que necesitamos arrepentirnos y pedir perdón.
Quizá consideramos que son poquitas o insignificantes y no cuentan, pero como dice el dicho: ‘de poquito en poquito se llena el jarrito’, y toda falta lastima nuestra relación con Dios y puede llegar al punto de afectarla seriamente y aun de romperla.
Considera esto: si alguien que usa lentes no los limpiara nunca, o un conductor jamás limpiara su parabrisas, el poquito polvito de cada día se acumularía hasta volver imposible ver a través de ese cristal.
Así sucede con el alma: el poquito polvito acumulado se vuelve una gruesa capa que hace que no podamos percibir a Dios presente en nuestra vida; que no veamos a los demás como hermanos; que no distingamos los baches o peor, los barrancos en los que podemos caer...
No debemos dejar que se acumulen los pecaditos (y menos los pecadotes).
Además uno de los mandamientos de la Iglesia Católica es confesarse al menos una vez al año. Quien no cumple con ello, añade otro pecado a sus pecados.
10. ‘Yo me entiendo con Dios directamente’
Es Dios, no tú, quien determina la manera como te puedes reconciliar con Él.
Cierto que puedes pedirle directamente perdón y Él atiende tu oración, pero Él quiso darnos el Sacramento de la Reconciliación. Lo vemos en el Evangelio que se proclama en este Segundo Domingo de Pascua (ver Jn 20, 19-31). Jesús le dio a Sus Apóstoles (y obviamente a los sucesores de éstos), el poder de perdonar los pecados en Su nombre. Pero no les dio el poder de adivinarlos. Quería que los pecadores se acercaran a ellos a confesarse, porque al acudir con un confesor recibes muchos beneficios. Considera estos siete:
1. Poder reconocer lo que haces, detectar en concreto qué te hace caer. Esto te ayuda no sólo a asumirlo, sino a tenerlo detectado para saber cómo combatirlo.
2. Desahogarte sin deprimir o escandalizar a tus seres cercanos, y sin temor de que el confesor platique lo que confieses.
3. Recibir consejo. Uno solo no sabe salir del atolladero en que se ha metido.
4. Tener la certeza de recibir el perdón de Dios (a diferencia de quien no se confiesa, que no escucha la absolución y nunca tiene la seguridad de haber sido perdonado).
5. Recibir una penitencia que no es castigo, sino una ayuda para reconstruirte interiormente, porque todo pecado provoca una fractura espiritual.
6. Recibir la gracia divina para que te fortalece en tu lucha contra el pecado.
7. Quitarte un peso de encima y experimentar el amor, el abrazo del Padre.
El Papa Francisco decía que Dios no se cansa nunca de perdonar, que somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. ¡No nos cansemos! Dios está esperando que demos un pequeño paso para salirnos al encuentro con los brazos abiertos.
¡No nos cansemos de pedir perdón, y no dejemos a Dios esperándonos con los brazos abiertos!
En este domingo se celebra la Fiesta de la Divina Misericordia, instituida por san Juan Pablo Magno en el año 2000 para responder a lo que Jesús le pidió a santa Faustina Kowalska. Jesús prometió que quien en este día se confiese y comulgue, recibirá el perdón de todos sus pecados y las culpas de éstos, un perdón como el que se recibe en el Bautismo. Es una promesa extraordinaria, un incalculable regalo. ¡Vale la pena aprovecharlo!
(Adaptado del libro de Alejandra María Sosa Elízaga“Mar adentro”, Col. ‘Lámpara para tus pasos’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 61, disponible en Amazon)