y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Autoridad

Alejandra María Sosa Elízaga*

Autoridad

¿Qué te produce verdadero asombro?, ¿qué puede provocarte tal admiración que te deje sin habla?

En estos tiempos en los que parece que casi nada nos estremece, ni conocer el último grito de la tecnología, ni la más reciente catástrofe, el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mc 1, 21-28) nos muestra dos razones, no sólo para asombrarnos sino para regocijarnos, que, desde hace más de dos mil años, siguen vigentes hoy.

Cuenta san Marcos que cuando Jesús predicaba, Sus oyentes "quedaban asombrados de Sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas" (Mc 1,22).

¿Por qué se asombraban los que oían a Jesús? Porque sentían que tenía verdadera autoridad. Y ¿qué es la autoridad? El diccionario la define como 'poder legítimo', y también como sinónimo de 'profundo conocimiento' (es una 'autoridad en la materia', decimos de alguien que es experto en algo).

¿Por qué le reconocían autoridad a Jesús si todavía no sabían Quién era ni Quién lo había enviado? Desde luego porque se veía que hablaba con absoluto conocimiento de causa, pero sobre todo porque, a diferencia de los escribas, expertos en la Ley, que en muchos casos se limitaban a enseñarla e interpretarla, pero no a cumplirla, en Jesús había una coherencia perfecta entre lo que enseñaba y lo que vivía. Respaldaba con hechos Sus palabras, algo que asombraba entonces y sigue asombrando hoy.

Nos narra también san Marcos una escena en la que Jesús predica en una sinagoga y exorciza a un hombre que estaba poseído por un espíritu inmundo, ante lo cual todos los que seguramente vivían atemorizados por los violentos gritos y fuerza descomunal de este endemoniado, quedan estupefactos, ¿por qué?, porque jamás, ni en sus más fantasiosos sueños hubieran creído posible que alguien que estaba tan atado por el demonio pudiera ser liberado.

Sigue la sorpresa, ahora ante la inesperada felicidad de descubrir que lo que se creía irremediable no lo es pues Jesús "tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen" (Mc 1, 27).

El ex-endemoniado es prueba viviente de que hay Alguien que no permitirá que el mal tenga la última palabra, Alguien cuya autoridad restaura y nunca defrauda toda esperanza.

Es muy significativo que en tan breve texto evangélico se mencione y relacione dos veces que la gente se asombraba al reconocer la autoridad de Jesús.

También a nosotros debía sorprendernos -y muy gozosamente, hay que decirlo- que Él haya venido a poner a nuestra disposición Su autoridad divina, entendida no sólo como poder legítimo, sino también como fuente de conocimiento, para conducirnos hacia el máximo bien, hacia la felicidad plena. Qué triste que no todos compartan este gozo.

Leí que en algunas ciudades españolas un autodenominado 'colectivo ateo' mandó pintar en algunos camiones de pasajeros un letrero que dice: 'Probablemente Dios no existe. Despreocúpate y disfruta de la vida'.

Aparte de lo penoso que resulta la ambigua frase inicial (no se atrevieron a afirmar rotundamente la inexistencia de Dios, no fueran a quedar mal con Él, por si las moscas...), el resto muestra que sus autores creen que el mundo estaría mejor si no hubiera Dios, porque resienten Su autoridad pues quizá lo imaginan como un ser dominante y castigador del que quisieran deshacerse para poder hacer lo que les dé la gana sin tener que asumir las consecuencias. Son como niños que sueñan con derrocar al director de su escuela para poder armar un buen relajo, sin prever que si lo lograran el resultado quizá fuera momentáneamente divertido, pero pronto conduciría a un lamentable caos.

Si Dios no existiera ¡¿cómo que despreocúpate?!, más bien ¡preocúpate!, y ¡mucho!, pues vivirías a la deriva en un universo regido por leyes implacables y no por un Dios que te ama desde siempre y para siempre.

Considera, además, con base en las dos referencias de autoridad que nos da el Evangelio, que si no tuviéramos la autoridad de la enseñanza de Dios, no distinguiríamos el bien del mal, cada uno se regiría por su propio criterio, y viviríamos atropellándonos unos a otros sin más guía que nuestra conveniencia, ni otro objetivo que procurar nuestra satisfacción aun a costa de los demás.

Y si no tuviéramos la autoridad de Dios sobre la vida y la muerte, viviríamos atenidos a nuestras fuerzas y a merced del mal propio y ajeno, sin entender por qué o para qué fuimos creados, sin hallar sentido a la enfermedad, consuelo y fortaleza en la dificultad, solución al pecado, salida al sepulcro, propósito a la existencia.

Felizmente los creyentes sabemos, porque lo hemos experimentado, que Dios sí existe y que contar con la autoridad divina es una asombrosa bendición, pues lejos de arrollarnos o haber venido a nuestra fiesta para ‘aguarla’, Él ilumina, guía y sostiene nuestra vida, permitiéndonos de veras disfrutarla.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Como Él nos ama”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 34, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 28 de enero de 2024 en la pag web y de facebook de Ediciones 72