y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Luz al final del túnel

Alejandra María Sosa Elízaga*

Luz al final del túnel

‘La luz al final del túnel’ es una expresión que solemos usar para referirnos a una situación difícil que ya se está resolviendo, a la que se le ve por fin salida, solución.

Y es que caminar por un túnel largo que está completamente oscuro puede ser muy angustioso, en especial cuando no se sabe si se va en dirección correcta, o cuánto falta para salir de ahí.

Hace tiempo hubo un reportaje sobre un tren en Suiza, que se incendió cuando estaba a la mitad de un larguísimo túnel bajo una montaña. Los pobres pasajeros se bajaron despavoridos, y no sabían hacia dónde correr, de momento ambos extremos se veían oscuros. Sin embargo pronto descubrieron que había en las paredes unas pequeñas ranuras por las que se filtraba algo de luz que les permitió identificar hacia dónde dirigirse.

También nosotros hemos pasado todo el Adviento caminando como en un túnel oscuro, animados por pequeñas lucecitas colocadas estratégicamente aquí y allá, para proporcionar cierta claridad que nos permita avanzar con la certeza de que vamos bien.

En estas cuatro semanas, que siempre llegan a finales del otoño, cuando las noches se alargan porque oscurece más temprano, avanzamos poco a poco, envueltos en sombras, y fuimos encendiendo una a una las velas de la corona de Adviento, cuya llama nos alegró pero no nos alumbró lo suficiente, nos dejó sedientos de más luz.

Lo bueno es que no quedamos defraudados, porque tal como lo esperábamos, apareció grande, luminosa, deslumbrante, la Luz al final del túnel.

¡Llegamos a la esplendorosa claridad de la Navidad!

Y todas, lo que se dice todas las Lecturas que se proclaman en las Misas que celebramos en esta Solemnidad, nos hablan de la luz que vino a traernos Aquel cuyo Nacimiento festejamos.

En la Misa vespertina de la vigilia, que se celebra en la tarde del 24 de diciembre, el profeta Isaías anuncia, en la Primera Lectura, que surgirá un justo, cuya salvación brillará como antorcha (ver Is 62, 1).

El salmista llama feliz al pueblo que camina a la luz del Señor (ver Sal 89, 16).

En la Misa de medianoche, la Oración Colecta reconoce que Dios hizo “resplandecer esta noche santísima con la claridad de Cristo, luz verdadera”.

En la Primera Lectura, se proclama un texto bellísimo, también de Isaías, que dice: “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció” (Is 9, 1).

Y en el Evangelio se narra cómo la gloria de Dios envolvió con su luz a los pastores que recibieron del ángel del Señor la alegre noticia del Nacimiento del Salvador (ver Lc 2, 9)

En la Misa de aurora, la Antífona de Entrada anuncia: “Hoy brillará una luz sobre nosotros porque nos ha nacido el Señor”, y la Oración Colecta pide que: “al vernos envueltos en la luz nueva de Tu Palabra hecha carne, resplandezca por nuestras buenas obras, lo que por la fe brilla en nuestras almas”.

El salmista canta: “Amanece la luz para el justo y la alegría para los rectos de corazón” (ver Sal 97, 11).

Y por último, en la Misa del día, la Segunda Lectura afirma que “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios” (Heb 1, 3).

La aclamación antes del Evangelio proclama: “Un día sagrado ha brillado para nosotros. Vengan, naciones, y adoren al Señor, porque hoy ha descendido una gran luz sobre la tierra”.

Y en el precioso texto del Evangelio según san Juan se nos anuncia: “Aquel que es la Palabra era la Luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo...” (Jn 1, 9).

El Adviento ha sido como una larga noche, luego de la cual nos ha amanecido la Navidad con radiante claridad.

Y es interesante preguntarnos: ante esta Luz, ¿cómo reaccionamos?

Quizá reaccionamos con incredulidad, con escepticismo, como no queriendo querer creer que pueda realmente romper nuestra oscuridad, ayudarnos a salir de la tiniebla del pecado, del temor, de la inseguridad, de la mediocridad, de la guerra, de la violencia, de la desesperanza en que vivimos.

Dicen que había un hombre tan pesimista que cuando vio la luz al final del túnel pensó que era ¡un tren que venía en sentido contrario! Tal vez así también nosotros, nos hemos desanimado tanto ante el mal que hay a nuestro alrededor, que ya no creemos que Dios pueda tocar los corazones, cambiar a las personas, transformar las situaciones.

O quizá reaccionamos como quien está durmiendo en un cuarto oscuro y si de pronto alguien entra y prende la luz, se despierta y le grita: ‘¡apaga!’, porque la luz le molesta, hasta le duelen los ojos. Ya se acostumbró a la negrura y no quiere luz, quiere seguir durmiendo a oscuras.

Nos habituamos a nuestra negra realidad, y tal vez queremos seguir viviendo así, como a oscuras, sin que nadie venga a inquietarnos, a perturbarnos, a hacernos darnos cuenta de que vamos por la vida como dormidos, sin cuestionar nada, con los ojos cerrados.

O quizá reaccionamos con total indiferencia ante esa Luz porque tenemos la mirada puesta en otras luces que nos interesan más: las luces de las pantallas de la televisión, de los celulares, tabletas, computadoras; las luces de los almacenes; las luces de los ‘antros’, las luces del tráfico en medio del cual vamos y venimos en un agotador frenesí. Tal vez muchas otras luces nos deslumbran y nos parecen más atractivas.

O quizá reaccionamos como poniéndonos lentes oscuros, para graduar la luz que recibimos, para controlar que ilumine ciertas áreas, pero deje otras en penumbra. Y así, tal vez permitimos que Dios nos ilumine para determinadas cosas, por ejemplo, para pasar un examen o realizar un trabajo, pero no para perdonar, no para superar un pecado, no para hacer algo que Él nos pide que no queremos hacer.

O quizá, ojalá, reaccionamos dejándonos iluminar por esa Luz, dejando que nos bañe su claridad, que nos envuelva, que penetre nuestro corazón, que alumbre nuestro más oscuro rincón, y nos llene y nos desborde para irradiarla a los demás.

Pidámosle al Niño Jesús, que así sea, que nos inunde con Su luz, para que la luminosidad de nuestra mirada, de nuestra sonrisa, de nuestra caridad, sea la que anuncie, a cuantos nos rodean, la Buena Nueva de la Navidad.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Sed de Dios”, Col. ‘Reflexión dominical’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 22, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 25 de diciembre de 2022 en la pag web y de facebook de Ediciones 72