y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

El poder en la oración

Alejandra María Sosa Elízaga*

El poder en la oración

¿Se te acaba el amor cristiano ante las noticias que salen en las redes sociales, el periódico, la tele, la radio?

Te confieso que a mí me ha pasado muchas veces. Siento todo menos amor cuando veo la sonrisota de algún político frívolo que se la pasa viajando con una comitiva inútil y costosa, mientras su patria vive una tragedia.

Cuando un dictador expulsa de su país a religiosas y sacerdotes, secuestra a los obispos, persigue a quienes se han atrevido a denunciar sus injusticias.

Cuando un político que se las da de católico, no sólo no impide, sino promueve al máximo el asesinato de bebés durante todo el embarazo e incluso en el parto!

Cuando se publican las fotos de las mega mansiones de gobernantes de países en donde hay gente que se muere de hambre.

Cuando líderes de países que antes eran muy católicos, ahora incendian parroquias, destruyen iglesias, quitan las cruces de los atrios, intentan suprimir todo símbolo cristiano.

Se me acaba el amor cristiano y me da mucho coraje y pienso pestes de ellos y digo pestes también.

Me olvido del mandamiento de amar y doy rienda suelta a la condena. Y me temo que no soy la única. He comprobado que casi no hay reunión en la que no se ‘destace’ a alguna figura pública cuyos errores y horrores son de sobra conocidos.

Quién sabe por qué cuando se trata de personajes públicos nos sentimos con derecho a usar expresiones que nunca usaríamos para referirnos a nuestros seres cercanos o a otras personas: desgraciados, imbéciles, malditos, rateros, ojalá se mueran.

Pero esto no es lo que Dios espera de nosotros. 

En la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (1Tim 2, 1-8), pide San Pablo “que ante todo se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido.” (1Tm 2, 1-2). 

Como quien dice que en lugar de odiar a los “jefes de Estado y demás autoridades” hay que orar por ellos. ¡Vaya reto!

Es fácil y cómodo despotricar por las tremendas injusticias y las equivocaciones notorias de los que tienen el poder (cuyas consecuencias padecemos y provocan nuestra justa indignación). Orar por ellos parece ¡misión imposible!

Pedir “por los jefes de Estado” (es decir, el presidente, los jefes de gobierno de las diversas entidades, quienes forman parte de su gabinete, etc.), y no sólo por ellos, también por “las demás autoridades”, es decir, por toda persona que ocupe un puesto de poder, que tenga alguna influencia sobre otros (no sólo en el ámbito político, sino también económico, cultural, social, educativo, familiar) es algo que tal vez no sólo no acostumbramos, sino no queremos hacer, pero según San Pablo es indispensable para poder llevar “una vida tranquila y en paz”.

Es que desde el punto de vista cristiano, las cosas nunca se resuelven odiando o desentendiéndonos, sino amando y orando.

Dice San Pablo “quiero, pues, que los hombres, libres de odios y divisiones, hagan oración dondequiera que se encuentren (1Tm 2, 8).

Eso de “dondequiera que se encuentren” cabe entenderlo no sólo como referido a nosotros, a que debemos orar donde sea que estemos, en la casa, en la calle, en la iglesia, sino también donde sea que estemos tal vez instalados, por ejemplo, en el enojo, en el resentimiento. E incluso puede también entenderse como que hay que orar por los otros dondequiera que se encuentren, es decir, aunque se encuentren en el extremo opuesto a nosotros, aunque sean nuestros adversarios; aunque estén muy lejos de nuestra manera de pensar, de nuestra moral, de nuestros principios, de lo que respetamos. Debemos orar por ellos “dondequiera que se encuentren”.

¿Te imaginas cómo sería el mundo si respondiéramos a esta invitación y nos decidiéramos a deponer ese odio y resentimiento que despiertan quienes ejercen algún cargo de poder injustamente, y nos pusiéramos a orar por ellos?

¿Qué pasaría si los de la oposición oraran por el candidato triunfador aunque no fuera de su partido? Y no me refiero a pedirle a Dios que lo fulmine con un rayo, sino que lo ilumine y lo convierta para que gobierne bien.

¿Qué pasaría si oráramos por esos legisladores que no trabajan y sólo se presentan a cobrar, por los líderes charros, por las autoridades corruptas, por los que manejan los medios de comunicación para promover la mentira, la violencia, el consumismo, que lo malo parezca bueno y viceversa? Y no se trata de hacer oración para pedir que se vayan al infierno, sino para suplicar a Dios que les mueva el corazón.

Afirma San Pablo que orar por las autoridades “es bueno y agradable a Dios” (1Tm 2, 3). 

Una y otra vez en la Biblia se enfatiza el poder de la oración, y una y otra vez nosotros no acabamos de creer en ello. Ya es hora de que se nos grabe en la cabeza que el 'poder' de la oración es infinitamente más fuerte que cualquier 'poder' de este mundo.

Te propongo algo: que cuando te enteres de una noticia o de un escándalo que involucre a las autoridades, resistas la tentación de llenarte de ira y dedicarte a la crítica destructiva, y mejor aproveches ese mismo instante para orar por todos los involucrados.

¿Quisieras tener el poder para cambiar a las autoridades abusivas, incompetentes o corruptas?, ¡lo tienes! Sin palabras iracundas ni acciones violentas tú puedes participar en una auténtica revolución capaz de transformar las cosas con el uso continuo de un arma que está muy a tu alcance y es sumamente poderosa porque puede transformar cualquier corazón:  me refiero a la oración... ¿La vas a desperdiciar?

 

(Adaptado de un texto del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la Fe”, Col. ‘Fe y Vida’, vol. 1, Ediciones 72, México, p. 196, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 18 de septiembre de 2022 en la pag web y de facebook de Ediciones72