y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Tres

Alejandra María Sosa Elízaga*

Tres

'Y tú ¿a quién le rezas?'

Esa pregunta la hizo una señora a otra a la salida de Misa.

Era un domingo como éste, en que se celebraba la Solemnidad de la Santísima Trinidad, y un grupito de feligreses nos resguardábamos un tanto cuanto apretujados bajo un techito de la iglesia, en espera de que terminara el aguacero o cuando menos amainara para atravesar el atrio y salir a la calle.

No pude evitar oírla pues estaba atrasito de ella. La misma que preguntó añadió sin esperar respuesta: 'Es que yo la verdad no hago eso que dijo el sacerdote de rezarle al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; yo, para no hacerme bolas nomás digo: 'Diosito, te pido esto o -Diosito, te doy gracias por esto' y ya no me complico.'.

En eso alguien hizo notar que la lluvia se había vuelto 'chipi chipi' y todos salimos apresuradamente del momentáneo refugio, con la atención puesta en evadir los charcos y llegar a donde íbamos lo más pronto y lo menos empapados que fuera posible.

Me marché de allí apesadumbrada porque no hubo posibilidad de 'meter mi cuchara' para tratar de compartir con esa señora mi certeza de que no se le complicaría nada si se animara a orar dirigiéndose a cada una de las Personas de la Santísima Trinidad, sino ¡al contrario! se le facilitaría enormemente tener con Dios una relación más cercana y personal.

Como no pude hacerlo entonces, y quizá algún lector se encuentre en el mismo caso de ella, quisiera plantear aquí esta reflexión.

Se gana mucho al orar si en lugar de quedarse en lo limitado de dirigirse simplemente a Dios, en general, se dirige uno, según sea el caso, unas veces al Padre otras a Jesús, otras al Espíritu Santo, sea en distintas ocasiones o en una misma sesión. Ello permite enfocar la atención sobre las características particulares de la Persona Divina a la que le está uno dirigiendo la oración, y tener una comunicación más expresiva, por así decirlo, y por lo tanto más significativa, más plena.

Quizá se pueda explicar esto mejor con ejemplos concretos. Te comparto mi experiencia:

Cuando me dirijo al Padre en la oración me gusta levantar los ojos al cielo, quizá lleno de nubes o de estrellas, y experimentar gozosamente mi absoluta pequeñez y Su infinita grandeza; reconocerme criatura, insignificante y sin embargo profundamente amada por Él (ver Sal 8, 4-5); sentir que habito en Su casa, que jamás me pierdo de Su vista ni me salgo de Su cuidado, que a donde quiera que voy, allí está mi Padre del cielo, como dice el salmista: "¿A dónde iré lejos de Tu aliento, a dónde escaparé de Tu mirada? Si escalo el cielo ahí estás Tú, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro" (Sal 139, 7-8), saber que puedo acurrucarme en Sus manos amorosas y sentirme a salvo.

Cuando me dirijo a Jesús en la oración, lo visualizo al otro lado de la mesa en la que me acompaña a merendar o a mi lado mientras doy una caminata entre los árboles, o esperándome en el Sagrario, Vecino mío que sin razones me ama y se alegra siempre de verme llegar.

Lo visualizo con ese rostro bellísimo, de mirada dulce y misericordiosa, que un artista pintó basado en los rasgos estampados en la Sábana Santa.

Lo siento cercano, conocedor de lo que significa vivir en este mundo, por lo cual sé que puedo contarle todo, confiarle todo sabiendo que me presta toda Su atención, me comprende y responde con Palabras que a veces cuestionan, corrigen, consuelan, y siempre son Buena Noticia. Acudir a la cita con Él invariablemente me llena de la paz que brota de saber que en mi vida interviene en todo y siempre para bien.

Cuando me dirijo al Espíritu Santo en la oración, lo sé mi Huésped y me conmueve descubrir que va un paso más allá, dándome lo que necesito aun antes de pedírselo.

Solicito Su ayuda para todo y le agradezco de corazón que jamás rehúsa prestármela (en especial cuando la pido con urgencia y a deshoras). Está siempre dispuesto a inspirarme, instruirme, guiarme, derramar todos Sus dones, empujarme a ir más allá de mis cómodos límites, fecundarme para dar frutos.

Lo percibo como luz que rompe mis tinieblas, amor que se comunica, fuego que me incendia el corazón.

¿Qué más puedo decir? Cuando la oración se personaliza, se convierte en un medio maravilloso que permite crecer en intimidad con cada una de las tres Divinas Personas.

Ello no significa que uno no deba o pueda dirigir la oración a Dios en general (o a la Santísima Trinidad en general, o a la Divina Providencia en general, etc.); de lo que se trata es de que al orar se tenga muy presente que dicha oración no está dirigida a una especie de 'energía cósmica' sin identidad, sino a un Dios que está constituido por Tres Divinas Personas: Dios Padre, y Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, que tienen rasgos particulares que les diferencian entre sí, pero coinciden en amarte siempre y siempre escucharte y procurar en todo lo mejor para ti.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Gracia Oportuna”, Col. ‘Fe y Vida’, ciclo C, Ediciones 72, p. 85, México, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 12 de junio de 2022 en la pag web y de facebook de Ediciones 72