y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Como no hay otra

Alejandra María Sosa Elízaga*

Como no hay otra

Si fuera un partido político cabría esperar que, como muchos de éstos acostumbran, dejara de lado sus principios y estableciera alianzas con otros con los que no estuviera de acuerdo, con tal de conseguir más votantes y ganar poder.

Si fuera un régimen político, cabría esperar que su criterio para establecer funcionarios o leyes lo dictara la opinión pública, y obedeciera a lo que una mayoría (inevitablemente influenciada por sus propios intereses, los medios de comunicación o la moda del momento), decidiera, dizque ‘libre y soberanamente’.

Si fuera una empresa, cabría esperar que su lema fuera: ‘al cliente lo que pida’ y no tuviera empacho en hacer lo que fuera para darle gusto a su clientela y aumentarla cada vez más.

Pero gracias a Dios no es un partido, ni un régimen político ni una empresa. Es la Iglesia Católica. Una institución como no ha habido, hay ni habrá otra en el mundo entero, y por eso ni ella se puede regir ni uno la puede juzgar como se rigen o se juzgan las organizaciones humanas.

¿Qué la hace tan distinta y especial? Lo averiguamos en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 16, 13-20): la fundó Jesús.

Es decir, que su existencia no se debió a una ocurrencia de los apóstoles ni de algún líder religioso ni de un político ni de algún personaje rico o influyente, sino que Dios mismo la instituyó.

Ello tiene importantes implicaciones, entre las que cabe destacar dos:

La primera es que las motivaciones de la Iglesia son distintas a las que suelen tener otras instituciones, y así, por ejemplo, si pide dinero no es para hacerse rica, sino para brindar ayuda (no en balde es la institución mundial que más ayuda humanitaria da en todo el planeta, gratis y sin distinciones). Y las misiones que realiza no tienen como fin expandirse para adquirir poder, sino obedecer el mandato del Señor de ir a anunciar la Buena Nueva hasta los últimos rincones de la tierra (ver Mc 16,15), acercar al mayor número posible de personas a la salvación.

Y, la segunda implicación es que la Iglesia no se rige por lo ‘políticamente correcto’, lo que está de moda, lo que se ‘usa’, sino por los criterios de Dios, y ya sabemos que Él suele ir a contracorriente del mundo.

Y así, por ejemplo, no considera que un bebé recién concebido sea una molestia de la que haya que deshacerse, sino un alma para la eternidad, un ser humano destinado a hacer mucho bien en este mundo, por lo que acabar con él no sólo cancela una vida sino impide todo el bien que ésta hubiera podido realizar.

Tampoco ve a un anciano o a un enfermo terminal como alguien que merecer ser eliminado porque no tiene ‘dignidad’ pues no produce nada en términos económicos o ha perdido facultades, sino como alguien que mantiene intacta su dignidad de hijo de Dios y puede, hasta su último aliento, hacer mucho bien, no sólo intercediendo por otros sino permitiéndoles vencer su egoísmo y ejercer la caridad.

En un mundo en el que la vida humana es considerada desechable, alguien tiene que defender su valor desde su concepción hasta su fin natural.

En un mundo en que las parejas se usan mutuamente como objetos de placer, alguien tiene que luchar por rescatar a la persona de la cosificación.

En una sociedad que facilita el ‘divorcio express’ de los esposos, alguien tiene que otorgarles la gracia para poder cumplir ese hondo anhelo de todo ser humano de amar y ser amado en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y la riqueza.

En un mundo en el que impera la violencia, la injusticia, la mentira, el afán de dinero y de poder, alguien tiene que recordarnos los 10 Mandamientos de la Ley de Dios y las bienaventuranzas que propuso Jesús, alguien tiene que hacernos ver que estamos llamados a vivir de otra manera.

La Iglesia es ese ‘alguien’. Dios la fundó para ayudar al ser humano a navegar seguro aun en mares encrespados o con vientos contrarios, sin perder la brújula, sin olvidar el sentido de su existencia y su meta. Y por ello la dotó de autoridad para decidir cuestiones, interpretar Su Palabra; otorgar Su perdón, hacerlo realmente presente en la Eucaristía, atar o desatar, bendecir, consolar, guiar, en suma hablar y actuar en Su nombre. Y por ello al elegir al discípulo que nombraría la roca sobre la cual fundaría Su Iglesia, al que le confiaría el timón de Su barca, Jesús no buscó al más guapo, simpático, carismático, sabio o político, sino al que atinó a dar la respuesta inspirada, al que supo dejarse iluminar por Dios.

Se equivocan quienes esperan que la Iglesia se comporte como partido político, gobierno, empresa, club o cualquier otra institución humana. Nunca lo hará. Dios fundó la Iglesia no para darnos por nuestro lado, sino para conducirnos a Su lado...

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elizaga “La Fiesta de Dios”, Col. Lámpara para tus pasos’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 116, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 27 de agosto de 2023 en la pag web y de facebook de Ediciones 72