y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

¡Feliz Tiempo Ordinario!

Alejandra María Sosa Elízaga*

¡Feliz Tiempo Ordinario!

¡Feliz Tiempo Ordinario!

Así me saludó el otro día un amigo, y nos reímos porque no es lo acostumbrado.

Lo usual es desear feliz Navidad, felices Pascuas, feliz cumpleaños, santo, aniversario, incluso, como el domingo pasado, feliz Pentecostés, pero cuando retomamos lo que la Iglesia llama ‘Tiempo Ordinario’, no solemos felicitarnos.

¿Por qué acostumbramos celebrar sólo lo evidentemente extraordinario? Lo ordinario tiene mucho de extraordinario y, por tanto, ¡mucho de celebrable!

Qué bueno que festejemos que un coro de ángeles canta y anuncia el Nacimiento del Salvador, pero festejemos también el coro de las voces de la gente con la que convivimos diariamente, familiares, amigos, compañeros de escuela, de trabajo, de ministerio, cuyas palabras nos alegran, nos alientan, nos hablan de Dios.

Qué bien celebrar en grande que Jesús se levantó del sepulcro, pero podemos celebrar también que cada día nos concede levantarnos, de nuestras caídas, de nuestras desesperanzas.

Qué maravilla regocijarnos por el día feliz en que descendió el Espíritu Santo en medio de un terremoto y un viento huracanado y se posó como llamas sobre los Apóstoles, que empezaron a hablar lenguas que todos podían comprender, pero también podemos regocijarnos cuando sin temblor ni ventarrón, nos ilumina por dentro y logramos hablar las lenguas nuevas de la comprensión, de la caridad, del perdón, que nos permiten comunicarnos por fin con alguien que no nos hablaba o a quien no sabíamos como hablarle.

Qué lindo alegrarnos ante un pastel lleno de velitas, pero qué lindo también alegrarnos por el pan sencillo de cada día, el taquito, la torta, el guisadito compartido en familia o con amigos o compañeros de trabajo, y mostrar nuestro agradecimiento a Aquel que nos concede nuestro diario sustento.

Por mucho que disfrutemos las fiestas, es imposible vivir de fiesta en fiesta, acabaríamos agotados. 

Y a estas alturas del año, cuando han quedado atrás grandes Solemnidades que celebramos con bombo y platillo, y este domingo celebramos también solemnemente a la Santísima Trinidad, nos llega oportuna una invitación a prestar más atención, para que podamos reconocer la intervención del Padre, que no sólo pone en el horizonte una estrella para guiar a los magos, sino pone también luz en la mirada de quienes nos rodean y nos comunican Su amor, Su bondad, Su ternura. 

Que podamos no sólo festejar en grande que Jesús resucitó y dejó el sepulcro vacío, sino deleitarnos en captar Su presencia en medio de quienes nos permiten experimentarlo Vivo a nuestro lado. 

Que podamos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, no sólo cuando se manifiesta de manera impactante, sino cuando discretamente, calladamente, nos inspira, nos sopla lo que debemos decir, es nuestro director, nuestro guía, nuestro intercesor.

En suma, que podamos percibir a Dios no sólo en medio de una multitudinaria asamblea que le canta alabanzas, entre bellos arreglos de flores, volutas de incienso y música de órgano, sino en el silencio de un rato de adoración ante el Santísimo, o en la compañía de la pequeña comunidad que asiste a Misa entre semana, o en una oración rezada en familia, o en algún momento de nuestra jornada, que inesperadamente se vuele sagrada.

De aquí a que termine el año litúrgico, tendremos muchas oportunidades para sensibilizarnos y descubrir el modo sutil como Jesús vendrá a nuestro encuentro en el tranquilo transcurrir del Tiempo Ordinario.

Y antes de que los fiesteros hagan pucheros, cabe aclarar que aquí y allá habrá algunas celebraciones, muy significativas e importantes, que sin duda nos llenarán de alegría, pero de lo que se trata es de aprovechar el Tiempo Ordinario para aprender a gozar no sólo con lo excepcional, sino con lo cotidiano; saber reconocer también allí al Señor, para vivirlo todo sin soltarnos nunca de Su mano. 

Por eso, ¡feliz Tiempo Ordinario!

Publicado en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, domingo 22 de mayo de 2016, p.2