y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Temblando de miedo

Alejandra María Sosa Elízaga*

Temblando de miedo

Me presenté antes ustedes débil y temblando de miedo

De esta frase sorprenden dos cosas:

En primer lugar sorprende que alguien se atreva a reconocer públicamente que se ha sentido débil y ha temblado de miedo.

El mundo aprecia sobremanera la fortaleza y el valor.

Recuerdo que una bebida de chocolate en polvo que me daban cuando era chiquita, traía un personaje en la lata, que se anunciaba como: ‘fuerte, audaz y valiente’.

No está bien visto ser débil y tener miedo, y mucho menos reconocerlo.

Una amiga me contó que cuando la ascendieron en su trabajo y pusieron personal a su cargo, le preguntó a su papá, que era empresario: ‘¿qué consejo me das?’ y él le respondió: ‘que nunca te vean dudar; que sientan que tienes el control, que puedan confiar en que tú siempre sabes qué hacer y que nada te hace tambalear’.

¡Imaginen la cara que habría puesto ese señor si a su hija se le hubiera ocurrido decirle a sus empleados que se sentía débil y temblaba de miedo!, ¡la hubiera desheredado!

Muchos papás enseñan a sus hijos que deben ser fuertes, valientes (‘mira, ese niño es más chiquito que tú y puede, ¿cómo no vas a poder tú?’) y si no pueden serlo, pues que aunque sea, aparenten que lo son, que lo finjan, pero que nadie se dé cuenta de lo que en realidad sienten.

Resulta, por tanto, inaudito, que alguien se atreva a hacer lo contrario.

En segundo lugar sorprende que el que ha declarado sentirse débil y temblar de miedo, sea nada menos que ¡san Pablo!

Lo leemos en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Cor 2, 1-5).

¿Cómo es posible que alguien que es considerado un súper apóstol, se describa a sí mismo como débil y diga que temblaba de miedo?

Si eso le pasó a él, apaga, cierra y vámonos, ¿qué esperanza nos queda?

Surgen inevitables las especulaciones: ¿por qué estaba débil Pablo?, ¿estuvo enfermo?, ¿había estado ayunando?, ¿se refiere a una debilidad anímica?, ¿estaba agotado?

Y, ¿por qué temblaba de miedo?, ¿a qué podía tenerle miedo?, ¿a hablar ante un auditorio de gente muy culta y preparada?, él tenía una preparación inmejorable, un ‘currículum’ que ya quisieran muchos.


¿Tenía miedo de que le preguntaran algo que no supiera?, imposible, tenía un conocimiento teológico profundísimo, tanto del judaísmo como del cristianismo, lo demuestra en sus cartas. 

Entonces, ¿qué?, ¿tenía miedo de que se burlaran de él? No, eso nunca le importó, recordemos cuando predicó en el aerópago en Atenas y se rieron en su cara y no por eso desistió. 

¿Tal vez le daba miedo que les molestara su predicación y se le echaran encima? Para nada. Estaba acostumbrado a ser golpeado, flagelado, perseguido, incluso dado por muerto y arrastrado sin consideración, así que eso tampoco le daba miedo. 

Entonces, ¿a qué le temía san Pablo?

Ojalá podamos preguntárselo algún día, pero la mera verdad es que de este lado de la eternidad, no lo sabemos. No lo dijo.

Pero no importa.

Lo importante no es por qué se sentía débil y temblaba de miedo, sino que sintiéndose así, no salió corriendo, no evadió presentarse ante los corintios, no lo usó de pretexto para decir: ‘si saben contar, no cuenten conmigo’.

Con todo y su debilidad y su miedo, se lanzó, si me permiten la expresión, al ‘ruedo’.

¡Eso es lo admirable!

Y es un ejemplo que vale la pena tener siempre en cuenta.

Porque muchas veces vamos a sentirnos débiles y a tener miedo de hacer lo que Dios nos pide hacer.

Puede tratarse de tener que ir a pedir perdón; empezar un proyecto evangelizador; organizar un grupo parroquial; dar una plática o un retiro; aconsejar a alguien; lanzarnos a llevar ya a la práctica ese apostolado para el que nos hemos preparado.

Se siente débil y tiembla de miedo, el joven que entra por primera vez al seminario. El sacerdote que celebra su primera Misa. La catequista que por primera vez se enfrenta a su grupo de niños. El Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión que lleva la Eucaristía a un moribundo; el músico que empieza a tocar o a cantar en Misa. La lectora que sube por primera vez al ambón a proclamar la Palabra. El misionero que llega a evangelizar un territorio desconocido. El diácono que por primera vez bautiza, o predica una homilía. La religiosa que cruza el umbral del monasterio, dejando atrás a su familia y su anterior estilo de vida. El Cardenal que se da cuenta de que ha sido elegido Papa .

¿Qué vamos a hacer ante nuestra debilidad y nuestro miedo?

¿Agarrarlos de pretexto para echarnos para atrás?, ¿Conformarnos con decir, temblando, ‘no puedo’?

No. Todo lo contrario.

Aprovecharlos para tomarnos más fuertemente de la mano de Dios.

Si nos sentimos débiles, dejemos que en nuestra debilidad se manifieste Su fuerza (ver 2Cor 12,9).

Si tenemos miedo, recordemos que el amor echa fuera el temor (ver 1Jn 4,18), y descansemos en la certeza de que somos amados por Dios, y con Él a nuestro lado, no tenemos por qué sentirnos asustados.

Qué bueno que Pablo se sintió débil y tembló de miedo, porque supo aprovecharlo para confiar más en Dios, y para compartir su experiencia con nosotros.

Así pues, si nos sentimos pequeños y débiles y nos da miedo hacer lo que el Señor nos pide hacer, no importa. Hagámoslo de todos modos, diciendo, como san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4, 13).

Artículo de Ale M Sosa E publicado el domingo 5 de febrero de 2017 en las pags web y de facebook de 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México; en la de SIAME (Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México), y en la de Ediciones 72, editorial católica mexicana.