y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Negación y fidelidad

Alejandra María Sosa Elízaga*

Negación y fidelidad

Si lo negamos, Él también nos negará;
si le somos infieles, Él permanece fiel

¿Te suena contradictoria esta frase? La dijo san Pablo, refiriéndose a Jesús, y la leemos en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 2Tim 2, 8-13).

Quizá sonaría más lógico que las dos frases fueran en la misma línea, por ejemplo, que dijera: ‘si lo negamos, nos negará; si somos infieles, también será infiel’, o incluso en positivo: ‘si lo negamos, no nos negará; si somos infieles, no nos será infiel’. 

Pero eso que nos parecería lógico no lo sería en realidad. Y para entenderlo conviene reflexionar acerca de lo que implican la negación y la fidelidad.

¿Qué significa negar a alguien?

El diccionario dice que significa ‘no admitirlo’, ‘rechazarlo’. Es decir, quien niega a otro se deslinda, ‘pinta su raya’, marca una distancia.

En este sentido, se puede interpretar que lo que dice san Pablo se refiere a que si alguien niega a Jesús, es decir, marca su distancia, Jesús no forzará las cosas, no obligará a quien lo niega a reconocerlo.

Vienen a la mente dos escenas:

La primera, la de la negación más famosa que aparece en la Biblia: la de Pedro. 

En el Evangelio según san Lucas, dice que cuando Pedro negó a Jesús, Jesús volteó a mirar a Pedro. Y ¿qué hizo? Nada. No desmintió las negaciones de Pedro, no gritó que sí lo conocía, y que era Su discípulo. Simplemente lo miró (ver Lc 22, 61).

La segunda, la que sucedió en la región de Gerasa, cuando Jesús, por sanar a un endemoniado permitió que los demonios que atormentaban a ese hombre salieran y se metieran en unos puercos, que se lanzaron por un voladero y se ahogaron, y los gerasenos fueron muy educados ‘a rogarle’ a Jesús que se fuera de allí, se negaron a acogerle. Y ¿qué hizo Él? Se embarcó y se fue. (ver Mc 5, 1-17).

Queda claro que si lo negamos, Él no se impondrá por la fuerza. Pero si lo negamos, si nos deslindamos de Él, corremos el riesgo de que Él se deslinde de nosotros cuando menos querríamos que lo hiciera.

Jesús ha afirmado: “a quien me niegue ante los hombres, le negaré Yo también ante Mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 33).

Ahora consideremos lo que dice Pablo acerca de la fidelidad.

¿Qué implica la fidelidad? Lealtad, cercanía. No le debes fidelidad a un extraño, no eres fiel a alguien a quien a quien no conoces y con quien no te une ninguna relación.

A diferencia de la negación, que puede ser entre desconocidos, o entre conocidos que no quieren tener nada que ver el uno con el otro, la fidelidad presupone una relación.

Por ejemplo, los esposos, se prometen mutuamente fidelidad. Dan por hecho que están en una relación para toda la vida. Y si una de las partes falla y cae en la infidelidad, ello no necesariamente implica que se ha roto toda relación entre ambos. Puede suceder, y con frecuencia sucede, que la parte infiel pide perdón, es perdonado, y se mantiene la relación.

En el Antiguo Testamento, con frecuencia se compara la relación de Dios con Su pueblo, con la de un esposo con su esposa.

Y a lo largo de sus páginas vemos cómo en muchas ocasiones, el pueblo fue infiel a Dios, pero Dios nunca faltó al pacto de fidelidad que hizo con Su pueblo. 

Relacionando esto con la frase de san Pablo, tal vez pueda interpretarse que se refiere a que nosotros, que estamos ya en una relación de amor con Dios, que formamos parte de su familia, que queremos serle siempre fieles, podemos equivocarnos y caer en la infidelidad (por ejemplo dejándonos deslumbrar por los ídolos de este mundo), pero Dios nunca nos será infiel.

A quien haya aceptado Su alianza de amor, y se esfuerce en vivir en fidelidad, si llegara a fallar, Él no le abandonará.

Dice san Pablo en otra de sus cartas: “¿qué puede separarnos del amor de Cristo?” (Rom 8, 35-39), y hace una lista de toda clase de cosas, desde las interiores como nuestras propias miserias, hasta las exteriores, y concluye que nada, nada puede apartarnos del amor con que nos ama Dios.

Dios es amor, no puede no amarnos. Es fiel, no puede ser infiel. Por eso concluye la lectura dominical diciendo que “no puede contradecirse a Sí mismo”.

Y es tan grande Su fidelidad y Su amor, que, aunque no se impone, aunque respeta los límites que pretendemos marcarle, no deja de buscarnos, aun cuando lo negamos.

Las dos escenas antes mencionadas tienen, por ello, un final feliz. 

Luego de la Resurrección, Jesús envió un recado especial: “Id a decir a Sus discípulos, y a Pedro, que los espera en Galilea” (Mc 16, 7).
Sabía que si no lo hacía así, Pedro no querría ir a Galilea, avergonzado por sus negaciones. Pero este recado no sólo lo hace sentir perdonado, sino amado. El Señor le dio una nueva oportunidad, le mostró Su fidelidad.

También la mostró en el caso de los gerasenos. Cuando se fue, les dejó al ex endemoniado, con la encomienda de darles testimonio de la misericordia de Dios (ver Mc 5, 18-20). Y se nota que lo hizo estupendamente, porque la siguiente vez que Jesús fue a esa región, todos lo acogieron cálidamente (ver Mt 14, 34-36).


Dios no se desentiende de quien lo niega. 

Dice en Is 65, 1: “Me he hecho el encontradizo de quienes no preguntaban por Mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: ‘Aquí estoy, aquí estoy’, a gente que no invocaba Mi nombre’...” 

La fidelidad de Dios es un gran consuelo para nosotros, pero no olvidemos que el hecho de que Jesús sea fiel, no sólo significa que es fiel a Su amor y a Sus promesas de misericordia hacia nosotros; también significa que es fiel a Sus advertencias y promesas de venir un día a juzgarnos.

Pidámosle la gracia de nunca negarlo, y de mantenernos siempre fieles a Él, para poder esperarlo con serenidad, gozosamente confiados en Su fidelidad.

Publicado en las pags web y de facebook de 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México; en la de SIAME (Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México), y en la de Ediciones 72