y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Tiniebla y Luz

Alejandra María Sosa Elízaga**

Tiniebla y Luz

Alguien prende una llama pequeñita y logra romper la oscuridad de alrededor.

Alguien más prende otra, y otra, y otra, y poco a poco en todas las manos brilla una vela encendida que ilumina los rostros dolidos, serios, indignados, de miles de personas que se han reunido solidarias a protestar por la desaparición de los cuarenta y tres normalistas de Ayotzinapa.

Cuando nos sentimos a oscuras, instintivamente buscamos encender una luz.

Lamentablemente nuestra luz no alcanza para desterrar la aterradora tiniebla que nos rodea.

La aterradora tiniebla del corazón de quienes dieron órdenes de desaparecer a estudiantes indefensos.

La aterradora tiniebla del corazón de quienes las realizaron.

La aterradora tiniebla del corazón de quienes conociendo estos hechos, callaron.

Lamentablemente nuestra luz no alcanza para penetrar la tenebrosa negrura de esos corazones.

Y por más que quisiéramos, nuestras luces mitigan pero no logran disipar la oscuridad del corazón de quienes se han quedado sin la luz de la mirada, de la sonrisa, de la presencia de sus queridos muchachos, sin su risa, sin su abrazo, sin su esperanza de futuro.

¡Cómo duele que nuestras luces no logren iluminar lo suficiente!

¿Qué podemos hacer? ¿Desesperarnos?, ¿llenarnos de rabia y maldecir las tinieblas? ¿apagar de un soplido nuestras llamas y contribuir, y resignarnos a la oscuridad?

¡No! ¡Nada de esto!

Cabe más bien preguntarnos cómo fue que llegamos a estar tan sumidos en ella, que pueden suceder estas atrocidades.

Y tenemos que responder, aunque nos duela, que se debe a que nos hemos apartado de Aquel que dijo de Sí mismo: “Yo soy la Luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

Hemos dejado de seguirlo; hemos preferido caminar sin Dios, desoír Su mandato de no matar, de no mentir, de amarnos unos a otros como Él nos ama.

Lo hemos desterrado de la familia, de la escuela, de la vida política, social, cultural.

Y si damos la espalda al que alumbra toda senda, caminamos sobre nuestras propias sombras, tropezamos, caemos.

Urge hacer un alto y reorientar nuestros pasos hacia Él.

Sólo Su luz puede penetrar aun la más densa tiniebla en cada corazón y lograr su conversión.

Sólo Aquel que creó la luz en el principio del mundo, cuando todo era tiniebla y caos, tiene el poder de iluminarnos, de rescatarnos.

Jesús dijo: “Separados de Mí, no podéis hacer nada” (Jn 15,5). No dijo poco, dijo nada.

Sin Él nuestros esfuerzos por cambiar las cosas serán siempre insuficientes.

Sólo unidos a Él tenemos la fuerza para transformar cada corazón, cada familia, cada comunidad, cada país, ¡el mundo entero!

Estamos rodeados de tinieblas. ¡Y estamos hartos de las tinieblas!

¡Ya basta!

Es hora de volver hacia Jesús.

Es hora de volver la mirada hacia el Único capaz de vencer toda oscuridad con Su luz.

*Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, domingo 16 de nov. 2014, p. 2