y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Lo que diga Dios

Alejandra María Sosa Elízaga* *

Lo que diga Dios

No era católico, pero como andaba ‘turisteando’, entró a la Catedral.

Más que el contraste entre el exterior, bullicioso y brillante y el interior fresco y silencioso, cuya discreta penumbra iluminaban enormes vitrales, le llamó la atención ver a la gente devotamente arrodillada.

No lo sabía, pero había llegado justo al momento de la Consagración.

Y cuando vio al padre levantar el Cáliz percibió que había allí una Presencia como no la había percibido jamás en ningún otro lado. Quedó impactado, y se quedó al resto de una celebración que le conmovió porque la sintió a la vez sencilla y solemne, terrena y celestial.

Era un ministro protestante, pero ahí comenzó su conversión y actualmente es sacerdote.

No recuerdo su nombre, lo entrevistaron hace poco en un canal católico de televisión, pero se me grabó que comentó que hay parroquias en las que para atraer más gente a Misa ponen más coros, actuar en vivo o en guiñol el Evangelio, saludan a la gente a la entrada, regalan donas a la salida, en suma, copian lo que suelen ofrecer los hermanos separados, pero es un error, porque la riqueza de la Misa no está en eso que ellos tienen, sino en algo que no tienen: la Presencia Real del Señor en la Eucaristía.

Planteó que no debíamos de tratar de competir haciendo lo mismo que ellos, ni pretender volver ‘light’ la liturgia (que, como dijo en su momento el Papa Benedicto, no puede ni debe ser cambiada porque no le pertenece a nadie en particular, sino a toda la Iglesia). Hay que realizarla con más cuidado, con más respeto y devoción. Que se note a Quién celebramos, Quién está realmente presente entre nosotros.

Tenemos a Cristo, ¡no hay nada más importante, más impactante, más atrayente que eso! Expresémoslo en el modo como celebramos nuestra liturgia, y solita la gente será atraída, porque lo percibirán a Él, no a nosotros.

No tratemos de ser nosotros, sino dejemos que sea el Señor quien atraiga a la gente.

Recordaba esto porque ahora que hay debate acerca de leyes que afectan seriamente el presente y el futuro de la familia y la sociedad, abundan en redes sociales opiniones de católicos que para demostrar que no son fanáticos, dejan completamente fuera su punto de vista religioso, y se enfocan solamente a discutir lo biológico psicológico sociológico, político, etc.

Nos quejamos de las consecuencias de sacar a Dios de la vida, la familia, la escuela, la comunidad, la política... y ¡estamos haciendo lo mismo sacándolo de nuestros argumentos!

Responder citando la Palabra de Dios no es fanatismo, es apelar a lo que dice Aquel que a todos nos creó, que a todos nos ama y sabe mejor que todos lo que nos conviene.

En una discusión, lo que diga Dios, es, en realidad, lo único relevante, lo que no tiene refutación.

Y en un país donde más del 90 por ciento se reconoce cristiano, es mayoría la gente a la que lo que diga la Sagrada Escritura sí le pesa en su conciencia, aunque lo niegue, aunque elija lo ´políticamente correcto’, y se deje llevar por la corriente.

Dice el Señor que Él envía Su Palabra como lluvia que empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar (ver Is 55, 10-11). Puede ser que muchos la reciban con paraguas, pero no podrán impedir que caiga ni dejar de advertir que viene del cielo...

En la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Ez 1, 1-5) dice el Señor: “Yo te envío...a un pueblo rebelde, que se ha sublevado contra Mí...a ellos te envío para que les comuniques Mis palabras. Y ellos, te escuchen o no, porque son una raza rebelde, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”, es decir, sabrán que les hablamos de parte de Dios es, allá ellos si quieren o no prestarle atención

*Publicado el 5 de julio de 2015, en la pag web y de facebook de Ediciones 72, editorial católica