y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Gracia para los divorciados vueltos a casar

Alejandra María Sosa Elízaga**

Gracia para los divorciados vueltos a casar

‘Si ya no puedo comulgar, entonces ¿qué caso tiene que vaya a Misa?

‘Si ya no me puedo confesar, ¿me voy a condenar?’

Ambas preguntas fueron enviadas a Desde la Fe, Semanario de la Arquidiócesis de México, por lectores divorciados vueltos a casar, que por ello ya no pueden confesarse ni comulgar.

Como probablemente otros lectores compartan sus dudas, vale la pena aclararlas.

De entrada la primera pregunta da por hecho que la Eucaristía es lo más importante de la Misa, y que comulgar es fundamental.

Es cierto, y qué bueno que se den cuenta, pues tener hambre de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo es lo que puede motivar a los divorciados vueltos a casar, a no resignarse a no volver a comulgar, sino decidirse a presentar su caso ante la Curia, para que se revise si su matrimonio fue válido o no, y si no lo fue, sea declarado nulo y puedan casarse por la Iglesia y volver a confesarse y comulgar.

Ahora bien, a quienes se plantean que no tiene caso ir a Misa porque no pueden comulgar, habría que responderles que en Misa reciben la gracia de Dios, como no pueden recibirla en ningún otro lugar:

En Misa, pueden sentirse acogidos como miembros del pueblo convocado por el Señor.

Pueden escuchar Su Palabra y recibir luz para aprovecharla y aterrizarla en la propia vida.

Pueden hacer profesión pública de su fe.

Pueden unir su oración a la de todos, interceder por otros y presentar sus propias intenciones para que todos oren por ellas.

Pueden ofrecer a Dios sus alegrías, tristezas, frustraciones, ilusiones.

Pueden unirse a la máxima oración de la Iglesia: la Plegaria Eucarística, para dar gracias y alabar a Dios, rogarle por vivos y difuntos; encomendarse a la intercesión de María, los ángeles y los santos.

Pueden estar presentes, como los apóstoles en la Última Cena, y presenciar el milagro incomparable de la transformación del pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo.

Pueden adorar la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.

Pueden reconocerse hijos del Padre, y orar con todos, como hermanos, la oración que Jesús nos enseñó.

Pueden recibir y comunicar la paz de Cristo. Al momento de la Comunión, como no pueden recibirla físicamente, pueden comulgar espiritualmente.

Y al final, pueden recibir, junto con todos, la bendición y la invitación a salir a ser testigos de la Buena Nueva del amor de Dios.

Cada Misa es como una oleada de gracia que desciende del cielo y envuelve a todos los participantes, puedan o no comulgar. ¡Siempre vale la pena participar!

A la segunda pregunta cabe responder que quien no puede recibir el Sacramento de la Reconciliación, que es el medio por excelencia para el perdón de los pecados, puede pedir a Dios misericordia, practicando la misericordia.

Claro, no se trata de cometer crímenes y luego dar limosna para sentirse justificados, sino de esforzarse por vivir en caridad, es decir, haciendo el bien.

Dice san Pedro: “La caridad cubre multitud de pecados” (1Pe 4, 8).

Dios, a través del profeta Isaías promete: “desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda...Y así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán.” (Is 1, 17-18).

Y no olvidemos que Jesús declaró: “Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mt 5,7), y en una parábola sobre el Juicio Final, dejó claro que lo que hará la diferencia para salvarse o condenarse, será haber socorrido a los necesitados, haber realizado obras de misericordia (ver Mt 25, 31-46).

Los divorciados vueltos a casar, no sólo pueden sino deben participar activamente en las obras eclesiales de ayuda a los más necesitados.

Dios no se deja ganar en generosidad, y derrama Su gracia abundante sobre quien socorre a los demás con genuina caridad.

Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, el domingo 16 de agosto de 2015, p. 2