y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Felices para siempre

Alejandra María Sosa Elízaga* *

Felices para siempre

‘Y fueron felices para siempre’.

Es la frase final de los cuentos que terminan cuando la pareja protagonista se casa.

Y a mucha gente le suena a cuento de hadas eso de ser ‘felices para siempre’, pero pensándolo bien no es imposible, se puede lograr, siempre y cuando los novios se casen motivados por ese objetivo, que implica necesariamente dos aspectos:

  1. Buscar hacer feliz al cónyuge
    Hay quien piensa: ‘me casaré con ella porque me va a hacer feliz, es buena ama de casa, es guapa, la puedo presumir en fiestas de la oficina’; ‘me casaré con él porque me hará feliz, gana bien, es guapo, mis amigas me envidiarán’.
    Pero si el ama de casa se desafana del quehacer, a la guapa le salen arruguitas o arrugotas, el que gana bien pierde el empleo o la salud o al guapo le sale panza, sus cónyuges considerarán: ‘ya no me hace feliz, mejor me busco a alguien más’.
    Por eso hay quienes no se casan sino viven juntos, para dejar la puerta abierta y salir corriendo a la primera oportunidad. ¡Se ha entendido el asunto enteramente al revés!
    Quien desea casarse no debe hacerlo para que su pareja lo haga feliz, sino porque ¡la ama tanto que quiere dedicarse a hacerla feliz!
    Si ésa es su motivación, puede prometer, y cumplir, serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, amarla y respetarla todos los días de su vida.
    No le hace si se pone gordita, si se queda calvo, si se enferma, si envejece.
    Si cada uno se dedica a hacer feliz al otro, serán ambos felices, a pesar de las dificultades y problemas que vayan enfrentando.
    Pero, ¿qué hay del ‘para siempre’? ¿Cómo puede alguien ser feliz tanto tiempo?
    Aquí entra el segundo aspecto, necesariamente ligado al anterior:
     
  2. Buscar la santificación del cónyuge.
    Hay que procurar que sea feliz, pero no sólo en este mundo sino en la vida eterna; que alcance la santidad, es decir, la perfección del amor; que crezca en la fe y en la esperanza, y se mantenga en amistad con Dios y con el corazón abierto a recibir Su gracia.
    Es una meta altísima, e imposible de lograr sin ayuda divina.
    De ahí que sea indispensable recibir el Sacramento del Matrimonio.
    Hay quien dice: ‘para amar a mi pareja no necesito un papelito, ni ir a la iglesia y gastar en fiesta’.
    Tal vez no necesiten papel ni fiesta, pero sí necesitan la gracia divina que les ayude a amar cuando humanamente ya no den más.
    Atenerse a sus solas fuerzas ¡es arriesgarse a quedar defraudados!
    Y tal vez alguien piense que casarse por la Iglesia no es garantía, pues muchas parejas casadas por la Iglesia se divorcian, a lo que cabe responder que, como todos los Sacramentos, signos sensibles del amor de Dios que actúan eficazmente en nosotros, no son imposición, requieren nuestra colaboración.
    No basta recibir la gracia del Matrimonio, hay que cultivarla.
    Que los esposos oren diario juntos; asistan a Misa, se confiesen; lean la Palabra; visiten el Santísimo; recen el Rosario; acudan a charlas y retiros para matrimonios, cultiven su vida de fe.
    Si hacen esto, no sólo estarán edificando su felicidad en esta vida, sino en la siguiente, y tendrán la seguridad de alcanzar lo que a otros les parecía imposible: ser felices para siempre.
*Publicado en la pag web de Ediciones 72, el 12 de octubre de 2014.