y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Dificultades

Alejandra María Sosa Elízaga*

Dificultades

¿Qué haces ante las dificultades? ¿Las evades o las asumes?

Ante esta pregunta la mayoría de la gente elige la primera respuesta.

Solemos sacarle la vuelta a las dificultades.

Hay muchos estudiantes a los que como se les dificultó estudiar, dejaron la escuela; muchos matrimonios que cuando empezaron las dificultades optaron por el ‘divorcio express’, muchos gorditos a los que como se les dificultó hacer dieta se resignaron al sobrepeso, mucha gente que emprendió algún proyecto o tarea y como le resultó difícil, ya no le hizo la lucha y lo abandonó a la mitad.

Y así se podría seguir enumerando ejemplos.

Lamentablemente no sólo procuramos evadir las dificultades en la vida cotidiana, sino también en nuestra vida de fe. Si se nos dificulta leer la Biblia, la regresamos al estante del librero; si se nos dificulta ir a Misa (y no por una razón válida como enfermedad o tener a cargo niños pequeños), decimos: ‘Dios está en todas partes’ y nos quedamos en casa; y si se nos dificulta hacer alguna obra de caridad, pensamos: ‘qué necesidad tengo de meterme en líos por ayudar, al fin y al cabo no es asunto mío y si yo no ayudo ya alguien lo hará’.

Quisiéramos ir por la vida evitando las dificultades, pero es imposible, por más que nos hagamos los ‘locos’ y queramos olvidarnos de ellas, no desaparecen, y tarde o temprano tendremos que enfrentarlas.

Conviene, pues, que nos preparemos para ello, teniendo en mente al menos estas dos consideraciones:

1. Que las dificultades no son la excepción.

Mucha gente se sorprende cuando algo le sale mal, pero la realidad es que en este mundo, que no es perfecto ni definitivo, las dificultades son la regla, no la excepción, y mientras más pronto lo asumamos y aprendamos a lidiar con ellas, mejor.

Muchos papás, cuando ven que su niño está luchando por abrocharse las agujetas o por armar un juguetito o por hacer un deber que le asignaron en la escuela, lo hacen por ellos. Creen que le ayudan, pero en realidad le perjudican, porque no le permiten aprender a vencer las dificultades, a perseverar en alcanzar lo que quiere, a esforzarse por conseguirlo.

Si nos abrimos a la posibilidad de que haya dificultades, no nos sorprenderá cuando ocurran, y en lugar de gastar tiempo pegándonos en la pared y preguntándonos qué hicimos para merecerlas, lo aprovecharemos disponiéndonos a enfrentarlas.

2. Que no estamos solos.

Contamos, siempre y en todo lugar, con Dios, que nos va dando Su gracia a cada instante para ir superando momento a momento lo que nos toca vivir.

Por eso ante las dificultades, la primera respuesta debería ser de oración, no de evasión.

Encomendarnos a Dios, pedir que nos dé lo que Él sabe que necesitamos (que no siempre coincide con lo que creemos que necesitamos), y pedir también la intercesión de María y de todos los santos y santas, que gozan de la presencia de Dios y le ruegan por nosotros.

Y, ojo, eso de que no estamos solos, aplica también en un sentido negativo: hay uno muy interesado en ponernos dificultades, sobre todo cuando queremos cumplir la voluntad de Dios: el diablo está siempre dispuesto a susurrarnos en el oído: ‘no lo hagas’, ‘no se puede’, ‘déjalo para otro día’, quiere convencernos de que desistamos de ayudar, de perdonar, de pedir perdón, de amar...

No nos dejemos vencer.

Tengamos siempre presente que si Dios permite algo en nuestra vida, nos da Su gracia para superarlo, y que obedecer Su voluntad jamás nos llevará a donde su gracia no nos pueda sostener.

Así pues, cuando una dificultad, grande o pequeña, empiece, tomémonos con firmeza y confianza de la mano de Dios, y hagamos nuestras las palabras de san Pablo: “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece” (Flp 4, 13)

Publicado en "Desde la Fe", Semanario de la Arquidiócesis de México, domingo 8 de noviembre de 2015, p. 2