y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Al alcance de todos

Alejandra María Sosa Elízaga**

Al alcance de todos

‘Nomás me busca para ver qué me saca’, ‘es un interesado’, ‘es una convenenciera’

Ésas y otras expresiones parecidas suele decir la gente cuando se da cuenta decepcionada de que alguien que aparentemente la buscaba por cariño o amistad, en realidad buscaba su propio interés, su propia conveniencia.

Y lo que suele seguir después de una frase de ese tipo es una decisión: alejarse de esa persona más rápido que aprisa, pues a nadie le gustan sentirse ‘utilizado’.

Es por eso llama la atención lo que narra el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 6, 1-15).

Comenta san Juan que a Jesús “lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía curando a los enfermos.” (Jn 6, 2), como quien dice, que muchas personas seguían a Jesús porque lo habían visto hacer milagros y tal vez esperaban que les hiciera uno a ellas; lo buscaban por puro interés.

Jesús sin duda se dio cuenta de lo que motivaba a quienes iban detrás de Él.

y ¿cómo reaccionó?, ¿qué hizo? Lo descubrimos sorprendidos: “subió al monte y se sentó allí con Sus discípulos” (Jn 6,2).

Jesús no se dio por ofendido, no puso tierra de por medio, no dijo ‘cuando me busquen por las razones correctas me dejaré encontrar’.

Simplemente se sentó allí, a la vista de todos, al alcance de todos.

El Señor siempre se deja encontrar, aunque muchos acudan a Él sólo en una emergencia, después de quién sabe cuántos años de haberlo olvidado, y solamente para pedirle algo urgente y pedirle que se los conceda pero ¡ya!

Al parecer considera que cualquier pretexto es buen para que alguien se acerque a Él, y ya después se encargará de animarlo a acercársele por las razones correctas.

Y gracias a esa Su infinita misericordia y paciencia con nosotros, incontables fieles debemos nuestra conversión a que un día, cuando más lo necesitábamos, nos aguantamos la vergüenza de habernos alejado tanto tiempo y nos animamos a acudir a Él, conscientes de que no merecíamos que nos hiciera el menor caso, y cuando descubrimos que nos lo hizo, y no sólo nos oyó, sino condescendió a respondernos, y Su respuesta tal vez fue distinta a la que esperábamos pero fue infinitamente mejor, nos quedamos estupefactos, nos sentimos acogidos, amados.

Y volvimos a Sus brazos.

Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, domingo 26 julio 2015, p.2